A veces tengo la impresión, sobre
todo a la hora de hablar de ciertos temas, que la gente no dice lo que piensa,
o muchas más veces aún, que la gente no piensa lo que dice. Hay varias
posibilidades intermedias, matices que se llaman, que van del blanco roto al
gris muy oscuro, en una sinfonía de tonos que solo la mente femenina es capaz
de describir.
El 21 de diciembre, bien evitado
el 28, es fecha señalada de urnas, solamente en Cataluña, telediarios y
tertulias interpretativas de los resultados que los distintos partidos
participantes en esas elecciones hayan obtenido. Jornada de reflexiones,
augurios y reconstrucciones de futuro. Como todas las jornadas de comicios,
vamos. Nada nuevo ni que nos pueda sorprender.
Pero siendo claro en sus
resultados, también quiero serlo en mis predicciones.
Mucha, pero mucha, gente vive una
suerte de angustia preguntándose qué va a suceder si el bloque independentista
vuelve a sacar más escaños, más votos o ambas cosas. Qué va a suceder si el
escenario parlamentario catalán reproduce, aunque sea con diferentes
proporciones en los partidos la configuración de bloque que existe actualmente.
Creo, estoy absolutamente
convencido, de que hay mucha gente empeñada en comentar este posible escenario
como un problema de difícil resolución. Y no es cierto, ni siquiera en el más
que probable caso de que tengan razón.
Hay, dada la perversión del
sistema electoral catalán, del sistema electoral español, que las zonas rurales
impongan su voto sobre las metropolitanas. Su voto, que no sus votos, y logren
configurar un parlamento con una mayoría independentista en sus escaños votado
por una minoría de ciudadanos. Puede suceder, muy posiblemente suceda. ¿Y qué?
Puede suceder, incluso, que
metidos en esta vorágine de verdades del barquero, no el sentido de
incuestionables, si no el de verdades que se lleva la más mínima corriente, los
independentistas ganen en votos y en escaños. La pregunta sigue siendo la
misma, ¿y qué?
Y me hago esta pregunta desde la
consciencia antes de que las votaciones pasen a reflejarse en papeletas
introducidas en urnas controlables, por ciudadanos controlables y con metodología
homologable. Me la hago porque veo el desconcierto, el rumor, el pesimismo,
creo que en muchos casos interesado, con el que en muchos círculos se analiza
este posible escenario. Sin rigor, sin reflexionar, sin analizar correctamente el
día después del veintiuna de diciembre.
El veintidós de diciembre, digan
lo que digan las urnas, la ley será la misma que el veinte de diciembre. Nada habrá
cambiado salvo la representación de los partidos en un parlamento que tendrá
que ponerse a trabajar en la forma de llevar adelante sus programas respetando
una ley que estará tan vigente como dos días antes. E igual de vigente e igual
de coercitiva si las acciones lo demandan.
¿Para que valen entonces estas
elecciones? Para restablecer el marco legal quebrantado desde posturas
interesadas y retomar todos los caminos que a partir de entonces se puedan
retomar.
Hay varios caminos que la
democracia permite a la hora de reivindicar cuestiones, pero todos parten del
respeto a la legalidad vigente. Nadie puede condenar las ideas ajenas, nadie
puede cambiar de un plumazo, con unos cuantos papeles depositados en unas
urnas, los sentimientos con los que las personas los introducen, las
esperanzas, las ilusiones, ni los rencores, ni las cuitas. Nadie puede
cambiarlos, borrarlos, y nadie debe de ignorarlos.
Así que lo que si debe de suceder
el veintidós de diciembre en Cataluña, es que el gobierno de España y el parlamento
democráticamente elegido por los catalanes empiece a pensar en donde sentarse,
de que hablar y con qué instrumentos recuperar una situación política que han manejado con
sus propios intereses y no con el de los ciudadnos que los votaron, tanto a
unos como a otros.
Encontrar, como siempre ha sido
su obligación, los puntos de confluencia, los intereses comunes, las
convivencias compartibles. Existen y debería de ser más fuertes que la que nos
enfrentan. Solo desde la comprensión, solo desde la generosidad, solo desde el
sentido común por ambas partes podrán desmontarse las mentiras, los discursos
interesados, las exaltaciones de lo propio y diatribas a lo ajenos cultivadas
durante años por ambas partes y mantenidas por sectores interesados en la
ruptura y el enfrentamiento.
El veintiuno de diciembre toca
votar, y el veintidós empezara construir con materiales nuevos, con cordura. Y
allá la conciencia de los que tendrán obligación de hacerlo. La historia se lo
demandará, o, si persisten en sus errores, los ciudadanos o la ley de forma más
inmediata.
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