El pasmo, esa situación entre
anímica, te quedas bloqueado, no te salen las palabras, y física, se te abren
mucho los ojos y se te descuelga el maxilar inferior, que se produce ante una
situación inexplicable, es lo que a mí me produce esa mezcla entre candidez y
mala fe que se produce en los votantes de los partidos.
Yo comprendo, o no, la verdad,
esa predisposición al seguidismo ciego que tiene los asistentes a un mitin
respecto a las palabras, ideas me parece
un exceso y bufonadas una incorrección, que el mitinero, orador me parece un
exceso y teatrero una incorrección, de turno vocifera, comparte me parece un exceso y escupe me
parece una incorrección, con energías dignas de mejor fin al público asistente
y entregado que lo jalea como si de un espectáculo se tratara, que se trata, se
trata.
Asumo que la jornada de
reflexión, al menos en España, es la ocasión para tomarse unas cañas y
reflexionar sobre cualquier cosa menos sobre política, que después de una pre
campaña y una campaña, en ocasiones normales solamente una de cada, lo que
apetece es una jornada de descanso y no poner a funcionar la hormigonera para
acabar de mezclar y procesar el pastiche pseudo ideológico que todos y cada uno
han contribuido a formarnos para evitar que caigamos en la insana costumbre de
pensar y vayamos a darnos cuentas de que al fin y al cabo si la vida es puro
teatro lo de la política ya no tiene ni definición.
Todos prometen, todos saben cómo,
todos mienten como bellacos y nosotros lo sabemos. Si a mí me pidieran un lema
general para las campañas políticas, para todas, usaría aquella, vista desde
hoy desafortunada pero entonces veraz, frase que decía: “antes de meter
prometer, después de metido nada de lo prometido”. A los mayores de cincuenta
nos suena a todos. Y aquí pasa lo mismo.
El problema es que la única
forma, conocida, de incrementar las prestaciones y servicios es recortar otras
prestaciones o servicios o recaudar más dinero.
¿Cómo? Vía impuestos, claramente. Y aquí empieza la demagogia. Desde el
que dice que los va a bajar al que dice que se los va a subir a los que menos
pagan. Todos mienten y lo sabemos. El dinero no nace, se hace y tiene un costo,
y la capacidad de la cadena de producción no es ilimitada ni depende de la
voluntad popular.
Lo único que nos distingue a la
hora de ser, de permitir ser, engañados una y otra vez es el planteamiento
personal con el que nos enfrentamos a las promesas sistemáticamente falsas con
las que decidimos comulgar
Unos esperan un más equitativo
reparto de la riqueza, una mayor cohesión social y el incremento de las
partidas sociales en detrimento de otras. Pero no se debe de olvidar que todos
los partidos lo ofrecen aunque ninguno, hasta el momento, lo cumple, y, sobre
todo, que o se obvia el camino para llevarlo a cabo, porque no hay ninguna
intención de hacerlo o se disparata sobre cómo lograrlo por el mismo motivo.
Otros esperan pagar menos
impuestos y generar mayor riqueza, aunque esto suele suponer que la riqueza se
incrementa en función de la que uno ya tiene, y viceversa. Yo soy cada vez más
rico lo que supone que otro es cada vez más pobre. No hay otro camino porque el
dinero final es el mismo que el dinero inicial, solo se ha movido de bolsillo.
Estos votaran a la derecha
Pero si hay un grupo de
gente la que desprecio sin consideración
de ningún tipo, sin cortapisas ni atenuantes, es a aquellos que esperan que con
su voto la riqueza ajena pasa a ser la suya. A esos cuyos derechos no están
sujetos a deberes y cuya actitud de agravio permanente respecto a la sociedad
no suele ser más que una máscara de la incapacidad laboral voluntaria y la
miseria moral que suele acompañarla. Estos votarán al que más prometa. No
importa la ideología ni las consecuencias.
La mayoría, la inmensa mayoría,
lo que quieren es un equilibrio. Lo mejor y más equilibrado posible sin
engaños, sin hipotecar el futuro, sin demagogias, pero, precisamente por eso,
no suelen estar en los mítines, ni suelen escuchar los debates sabiendo de
antemano cual es el mejor, ni saben a ciencia cierta a quien votar, ni por qué.
Esa inmensa mayoría no puede
plasmar su voluntad porque votar es otorgar carta blanca a una estructura
diseñada para servirse a sí misma en primer lugar, a los afiliados en segundo
término y finalmente a los allegados. Eso son los partidos. Estructuras de
poder y clientelismo ciegas a la realidad social y a las verdaderas necesidades
de los ciudadanos, ahora ya llamados contribuyentes y que cada uno piense por
qué.
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