Casi me siento culpable, casi. En
todo caso cuando hablo de este tema, una vez al año y a mi pesar, suelo recibir
insultos de un lado y de otro. Tal vez lo mejor sería callarme y mirar para
otro lado pero, por saturación, acabo preguntándome que extraños intereses hay
en radicalizar hasta la violencia un tema que: primero es local y segundo se
trata de la peor manera posible.
Desde luego, y durante unos días,
yo no diría en según qué sitios que soy de Tordesillas, que no lo soy, pero mi
absoluta solidaridad con los habitantes de Tordesillas que estando en contra de
la dichosa festividad, o por ser más exactos, de su desarrollo, tiene que
aguantar ser sujetos de popular desprecio, la intrusión de ciertos personajes
en su pueblo y las actitudes angelicales, según la difusión de cierta prensa,
que van allí a ser mártires de su causa. Con la de sitios que hay en el mundo
para ser mártires. La de sitios y la de motivos.
El ya famoso, gracias a los que
quieren prohibirlo por su única voluntad e imposición, Toro de la Vega es, casi
siempre, de una crueldad innecesaria – y la difusión de ciertas imágenes mal
gusto rayano en el terrorismo de salón-. Y ante la crueldad innecesaria lo
único que queda es la ley, una ley que nadie invoca, que nadie promueve o que
nadie tiene interés en hablar de ella. Unos van a tocarle las narices a quienes
quieren continuar con la tradición tal como es ahora mismo metiéndose en su
casa y consiguiendo que cada vez cierren más las filas para continuarla y los
otros, que se sienten agredidos en algo que es suyo, tienen a cada año que pasa
una actitud más cerril.
Lo único que cabe es promover una
ley que impida la celebración del dichoso festejo por cuestiones éticas, o,
como mínimo, un cambio en los reglamentos que impida, que prohíba, las escenas
de crueldad que nos han metido si o si en nuestra casa y que no tenemos
necesidad de contemplar.
Así que señores de Tordesillas,
responsables, irresponsables y ciudadanos normales, vean ustedes mismos como
hacer evolucionar su reglamento, de su fiesta, que se celebra en su casa, en un
público y honroso reconocimiento de que ustedes no buscan en su celebración la
crueldad, la violencia o la tortura gratuitas, el ensañamiento que algunas
escenas parecen dejar claro.
Señores activistas que tanto
ardor combativo y reivindicativo demuestran año tras año, promuevan ustedes una
ley que impida la celebración del dichoso toro, que es uno al año, y si es que
lo que necesitan es acción les sugiero encadenarse en algún lugar de Siria en
el que vayan a ejecutar a varios seres humanos periódicamente, o de China antes
de una ejecución, o en algún país que aplique la sharia antes de una
lapidación, o en algún sitio de estos donde el martirio está más justificado y
además tiene muchas garantías de ser llevado a efecto.
Como decían los antiguos: “cada
uno en su casa y dios en la de todos”
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