jueves, 17 de abril de 2014

Reducción al Absurdo

Ha empezado de nuevo el calvario. Si, el de la Semana Santa y el de los más modernos y “progres”. Ya está aquí de nuevo una festividad arraigada en lo más profundo de las tradiciones y que por tanto es rea de ser atacada en aras de no tengo clara que modernidad o progreso. Parece ser que todo lo que huela a iglesia debe de ser vilipendiado, erradicado, puesto en entredicho y perseguido. Estoy convencido del creciente desprestigio de la iglesia católica por el que ella misma ha hecho más que ninguno de sus enemigos. Estoy de acuerdo con que la religión se utiliza en muchas ocasiones, en demasiadas, para cubrir y defender intereses que tiene muy poco de religioso. Es verdad que la constitución de este país se declara laica, que no laicista. Pero eso no significa que sistemáticamente y para demostrar lo modernos que somos tengamos que renunciar a nuestra historia porque no soporta una revisión con los valores actuales – ni ninguna otra del mundo-, a nuestra tradición porque tiene un origen religioso –aunque sin religión a lo mejor no habría ni tradición-, o a nuestra identidad porque no somos ingleses, alemanes, franceses o chinos, tan modernos ellos que no comparten nuestro afán de autodestrucción.
Parece ser que solo nos interesa aquello que nos destruye, aquello que nos coloca en inferioridad respecto a los demás aunque para conseguirlo tengamos que retorcerlo. Tal vez seríamos más felices siendo otros, o siendo de otros. Tal vez, o tal vez no. No sé qué tal llevarían estos flageladores de los nuestro las costumbres de otros lugares. Seguramente su belicosidad variaría en función del riesgo de integridad física.
En todo caso, y puestos a la faena, salgamos de una vez y erradiquemos todo lo que aluda a la religión. Seamos consecuentes, como los talibanes afganos, y derribemos todo lo que huela a historia, a religión, a tradición. Empecemos por la pintura anterior al siglo XIX. Todas las pinturas contienen un trasfondo religioso, sea católico o mitológico, o contiene algún elemento que las hace sospechosas. La escultura debe de seguir el mismo camino y por idénticos motivos. La arquitectura ni hablemos. Fuera las catedrales, las iglesias, las pirámides, los templos de cualquier tiempo o tipo, las casas solariegas y los palacios y castillos representantes de los que en tiempos detentaban un poder cómplice e inadmisible. Cuidado, se nos olvidaba la literatura, que cuenta costumbres e historias trufadas de la religiosidad del momento. Y la música. Bach no debe de volver a ser nombrado. Las misas, los réquiem, todo al olvido. Y no nos olvidemos de las festividades. Las fiestas deben de ser erradicadas porque todas tienen una connotación religiosa y nadie podría evitar que alguien en su infinito error siguiera recordando y transmitiendo ese recuerdo. La Navidad, Semana Santa, los equinoccios, Halloween, que con su nombre anglosajón se olvida de que es la fiesta de los muertos que ya celebraban casi igual, pero sin disfraces, los celtas, todas eliminadas del calendario y la memoria.
Y, con harto dolor, renunciemos a la gastronomía. Condenemos al ostracismo al potaje de vigilia, a las torrijas, a los buñuelos, a los (aaagh¡¡¡) huesos de santo, a los dulces de convento, a los licores y aguardientes, a la queimada, a los cientos de guisos de cuaresma y de navidad y de patrones y patronas que en cada pueblo de España (perdón por la palabra) se hacen en fechas señaladas tradicionalmente. Fuera el cocido inspirado por el shabat judío.

Esto, científicamente, se llama reducción al absurdo y a los que lo practican, independientemente de su buena fe, perdón de su buena intención, absurdos.

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