Definitivamente los años empiezan
a dejar secuela en mí. Es la única explicación que encuentro a mi
desconcierto. O eso, o que mis neuronas
ya desarboladas por los años no consiguen captar con cierta objetividad las
cosas que suceden en el mundo que me rodea.
Paseaba yo por el centro de
Madrid disfrutando de la bonanza de este fin de semana pasado cuando un cartel
publicitario me llamó la atención. A pesar de que lo había ya sobrepasado volví
sobre mis pasos para comprobar lo que mis ojos creían haber escrutado.
Siempre he creído en la igualdad
de los seres humanos sin excepciones, bueno, no mintamos, casi sin excepciones.
Tengo algún vecino y algún conocido que hacen temblar mis fundamentos
ideológicos, pero son una excepción. Todos los seres humanos son iguales para
mí sin importar su sexo, o tendencia sexual, su religión, su raza, su
posicionamiento ideológico o que le llamen paella a cualquier arroz que se encuentren.
Pues eso, paseaba yo en mi
autocomplacencia ideológica por el centro de Madrid cuando un cartel hábilmente
colocado es la esquina de las calles Velázquez y Alcalá hizo que mi felicidad
fuese duramente zarandeada por las dudas, primero hacia lo que leía, segundo
hacia mi capacidad para entender este mundo, o, para expresarlo mejor, a los
habitantes de este mundo y concretamente a los de este país.
Llevo años entendiendo,
compartiendo, promocionando el rechazo hacia ciertas personas que consideran
ciertos destinos turísticos como destinos de turismo sexual. Considero
vergonzoso que ciertas condiciones sociales marquen a un país y a sus hombres o
mujeres como objetivo comprable, sea
para prácticas sexuales o de cualquier otro tipo, porque lo que me escandaliza
no es el sexo, no, si no que la desigualdad social en el mundo genere unas
situaciones de necesidad que inciten al comercio humano.
No entendí bien que cuando el
turismo sexual lo practicaban los hombres fuera repugnante pero que si lo
practicaban las mujeres era liberador e igualitario y ellas unas avanzadas. Ni
lo entendí ni lo entiendo.
Y llegando al cartel de marras
tampoco entiendo que se presuma hasta la exhibición publicitaria de convertir
Madrid en la capital mundial del turismo gay. Ande cada cual con su sexualidad
y la disfrute, es su elección y su vida, pero si estamos en contra del turismo
sexual debemos de estar en contra de todo el turismo sexual, y salvo que la
posición gay no sea sexual, el turismo gay es turismo sexual, o no, aquí me
pierdo.
En este caso siempre me acuerdo
de mi amiga María José, lesbiana sin tapujos, que me decía: “A mí me dan
vergüenza ajena ciertas exhibiciones públicas, sobre todo cuando pienso que si
eso mismo lo hicieran otros colectivos los machacarían”.
Pues eso, en definitiva, eso.
Igualdad, o como mínimo coherencia. Dejemos de condenar o ensalzar la moral
ajena y preocupémonos cada cual de la nuestra, que seguro que aún nos queda
trabajo por hacer.
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