He dejado pasar un tiempo antes
de decidirme a abordar el tema de la semana. La tocata y fuga, más bien
derribata y fuga, de Esperanza Aguirre. Y lo hago desde el convencimiento de
que hay una mirada al tema en la que ocupados en repartir chanzas, puyas y culpabilidades,
casi nadie parece haber reparado y que es de la máxima importancia.
Cierto es, porque es cierto, que
la apariencia esperpéntica de la escena –ex alcaldesa huye de la que fue su
policía, que la persigue y sufre, algún agente no la policía en general, un
ataque de ansiedad-, su desarrollo y su final son para que plumas como las de
Mihura o Tono le sacaran todo el jugo disparatado que la historia sugiere, pero
también es cierto, y es lo que a mí me preocupa, es que la historia tiene una
faceta oculta que muchos ciudadanos que hemos tenido episodios con la policía
municipal de Madrid, y no dudo que con muchas otras sea lo mismo, no podemos
dejar de tener en cuenta. La presunción de veracidad de la policía municipal,
de cualquier policía o entidad estatal, es una trampa en la que se estrella
sistemáticamente el derecho a la justicia del ciudadano. Lo que ellos digan es
cierto sin necesidad de ningún tipo de prueba y el ciudadano tiene que
demostrar que es inocente, no ellos que es culpable.
Si, hablo de la presunción de
inocencia y la conculcación diaria y sistemática de ese principio por parte de
unos agentes, funcionarios o personal auxiliar, que en algunas de sus
actuaciones se desenvuelven con total desapego hacia el ciudadano sin reparar
en el daño que causan, o importándoles un bledo, y dejándole inerme en sus
derechos y habitualmente en su bolsillo. Y también de un público dispuesto a
linchar al policía o al personaje mediático, ¿se dice así?, en función de las siglas de sus amores. En
ambos casos hablo de una perversión ética.
Esta no es una visión que
pretenda exculpar a la señora Aguirre, que no tiene justificación posible en su
comportamiento si se demostrara cierto, y del que por otro lado no hay más
testimonio que el de los agentes implicados y su presunción de veracidad, que
para mí es como si no hubiera nada porque no creo en esa veracidad después de
haberlos visto declarar en un juicio algo absolutamente diferente a lo vivido.
Sufra la señora Aguirre en sus
carnes el desarrollo que ella y los suyos, y los suyos opositores han
contribuido a poner en marcha contra el ciudadano de a pié, y valga este
episodio como una llamada a recuperar la presunción de inocencia tan enunciada,
referida y pisoteada. No en vano en castellano existe un refrán que demuestra
hasta qué punto en nuestro país eso de la presunción de inocencia no casa en la
vivencia popular: “Cuando el río suena…”
Si señor juez, yo, el presuntamente
inocente, soy culpable salvo que milagrosamente pueda demostrar lo contario,
ante la ley, ante la policía, ante hacienda
y ante cualquier organismo estatatal o paraestatal que para mi desgracia
haya decidido considerarme culpable. Bueno, pueda demostrarlo y tenga recursos
económicos para intentarlo.
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