domingo, 18 de septiembre de 2022

Cartas sin franqueo (LXXVIII)- Los impuestos

La resolución de la Comunidad Europea, sobre los gravámenes a las energéticas, me ha parecido toda una declaración de coherencia. El gobierno español, que lleva demostrando a lo largo de esta ya prolongada y encadenada crisis, su incapacidad para hacer una gestión mínimamente acertada de la situación, incapaz de tomar medidas de calado, y tirando de parche populista, tras parche populista, ha quedado retratado por el acuerdo. Su propuesta de un impuesto especial que grave la facturación, no era más que pan para hoy y hambre para mañana, una demostración más de la incapacidad de la izquierda para manejar los impuestos, un resorte inventado por el absolutismo para controlar, cuando tocara, y destruir, sistemáticamente, el nacimiento de la burguesía comerciante, y de la clase media profesional y comerciante, mediante la confiscación de una parte variable del beneficio obtenido de su actividad.

 

Intentar convertir este mecanismo, ideológicamente perverso, en una forma de alcanzar un concepto, además sospechoso, de justicia social, es pedirle peras al olmo. Los impuestos, tal como están concebidos, gestionados, y ejecutados por los partidos de izquierda, nunca lograrán una sociedad equitativa; es más, lo único que lograrán es un abismo cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres, abismo que se abre donde la clase media se va destruyendo, por la propia acción demoledora de los impuestos.

 

Recreemos, seguramente de forma no literal, una conversación histórica sobre los impuestos, mantenida entre dos ministros de Francia, de la Francia absolutista de Luís XIII y Luís XIV, allá por el siglo XVII:

 

 

-          Colbert: Las arcas del rey están vacías, y precisamos de dinero, ¿Pero cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables, y el pueblo está empobrecido?

-          Mazarino: Creando otros nuevos.

-          Colbert: Pero es imposible lanzar más impuestos sobre los pobres, a los que no podrían hacer frente.

-          Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible. No tendría sentido crear impuestos que no pueden ser recaudados y que crearían un malestar difícil de controlar.

-          Colbert: Entonces, ¿debemos de crearlos sobre los ricos?

-           Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos dejarían de gastar, como protesta, y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.

-          Colbert: Entonces, ¿qué podemos hacer?

-          Mazarino: Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo que su fracaso los haga pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos. No importa cuántos,  porque cuanto más dinero les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les hemos quitado.

 

Insisto, la conversación no es literal, pero es real, y retrata perfectamente el mecanismo de los impuestos ideado por las monarquías para financiar las consolidaciones absolutistas de sus reinos. Bueno, de las monarquías, de los nobles, y de la iglesia, que era el gran terrateniente.

 

Con el nacimiento de los estados, los impuestos pasaron a ser exclusiva potestad de los gobernantes, que los aplicaban según los criterios de necesidad y conveniencia de la política de cada momento y siempre con el objetivo de fortalecer al estado, nunca con un criterio de equidad social, que no estaba en su ideario, ni siquiera era un concepto que se manejara.

 

El mecanismo es perverso de por sí, incluso aunque se le intente revestir de un carácter social, que la experiencia, y un mínimo análisis económico, desmienten, ya que el único criterio válido para determinar los impuestos es el de una persona que nunca representa a la mayoría de los contribuyentes, ni toma sus decisiones en base a la convicción de los mismos, si no a sus propias ideas o ideología. Esto es, a contracorriente.

 

Hay dos elementos que demuestran claramente la falacia social de los impuestos, uno económico, y el otro matemático, y ambos explican con rigor por qué nunca se podrá alcanzar una sociedad equitativa aplicando esos criterios.

 

Partamos, para desecharlos, de la injusticia social de los impuestos indirectos, que gravan cualquier actividad económica sin que importe el nivel de riqueza del contribuyente, ni el impacto que su aplicación puede tener en la actividad social del que lo paga, acotándola o cercenándola, ni en cuanto influye su recaudación, y posterior liquidación, en los costes generados por un trabajo ajeno a la actividad económica del obligado recaudador. Esta repercusión en costes, que castiga la cuenta de resultados, será compensada con subidas estructurales  en el siguiente ejercicio, y con subidas improvisadas en el actual, lo que supondrá una carga añadida para el usuario, que al final es siempre el que los paga, no importa sobre quién se apliquen inicialmente. Y esto deriva de forma casi absoluta en el encarecimiento del coste de la vida, en la destrucción de empresas, y por tanto del mercado laboral, y en una inflación galopante. Resumen final, aumento de la pobreza, destrucción de la clase media empresarial y crecimiento de la brecha social.

 

Y si los indirectos nos marcan la falacia social de los impuestos, los directos no descubren la absurda e insostenible pretensión matemática de alcanzar la equidad mediante su manejo. Pongamos que, a un contribuyente que gane veinticuatro mil euros al año, el estado le impone (de impuesto) una carga fiscal del 30%, que le impone más. Eso supondría una cuota de siete mil doscientos euros, más de dos meses de ingresos, que lo dejaría en un rendimiento mensual real de mil cuatrocientos euros. De ahí tendríamos que restar lo pagado en indirectos, pero vamos a olvidarlos. Tomemos ahora a otro contribuyente, que ha ingresado doscientos cuarenta mil euros en el ejercicio, y al que se le impone un 60%, que se le impone menos. La cuota sería de ciento cuarenta y cuatro mil euros, algo más de siete meses de ingresos, lo que supondría un rendimiento mensual real de ocho mil euros.

 

No voy a entrar, no estamos hablando de ética, ni de moral, ni siquiera de justicia, estamos hablando de números de matemáticas, en el rigor del planteamiento, en cuanto a los números, ni voy a entrar en si tal planteamiento fiscal, tal vez exagerado por extremista, es ideológicamente viable, o no. No me importa. Lo que si me importa es que al cabo de cinco años el contribuyente que menos gana habrá ingresado menos que el otro en un solo año ¿Dónde está la sutura de la brecha social? ¿Dónde queda el horizonte de equidad? ¿Dónde está el factor corrector de los impuestos? ¿Cuánta clase media, castigada en su ambición de mejorar su nivel de vida, habrá desaparecido en esos cinco años?

 

NO, no sé si la izquierda, la supuesta izquierda, se engaña, o nos engaña, o se engaña y nos engaña, pero si tengo claro que los impuestos nunca serán el camino para alcanzar una equidad social, para cerrar una brecha con síntomas de abismo, para permitir una suave transición entre clases según los méritos y valía de los individuos, para garantizar una sociedad correctamente administrada, lealmente atendida.

 

Tal vez, solo tal vez, si los gobernantes nos procuraran una maquinaria ajustada a las necesidades, eficaz y correctamente dimensionada, sobraría dinero para las necesidades sociales y para procurar servicios públicos acorde con lo que se paga. Veamos un ejemplo significativo, datos del año 2020, que pone de manifiesto que la administración es un ente que devora nuestros recursos, en un esfuerzo más enfocado a la represión que a la asistencia o a la construcción.

 

Recaudación por IVA                                    60.095 millones

Recaudación por IRPF                                   82.358 millones

Recaudación por sociedades                     12.805 millones

Recaudación por especiales                       17.336 millones

Recaudación por otros indirectos              3.052 millones

Recaudación por otros directos                    880 millones

 

 Gastos autonomías                                      87.010 millones

Gastos ayuntamientos                                  25.056 millones

Gastos administración central                      25.765 millones

Gastos Seguridad Social                                 2.639 millones

Pensiones                                                      10.857 millones 

 

Les cedo la calculadora. Hagan números. Tal vez tendríamos que exigir de nuestros gobernantes, por compromiso electoral, por vergüenza torera, por preparación profesional, una mayor optimización en el uso de los recursos del estado, y un menor ruido ideológico, populista. Exigir, para otorgar nuestro voto, menos insultos al contrario y más ideas de cómo lograr resultados sin machacar a la sociedad.

 

Por cierto, hablaba de la Comunidad Europea, habitualmente sumergida en la misma vorágine de insensibilidad social, y no quiero acabar sin explicar la diferencia entre su resolución y la de nuestro mediocre gobierno. Nuestro gobierno proponía crear impuestos especiales, con no se qué, ellos tampoco, medidas especiales para evitar que repercutieran en las tarifas, para gravar a las energéticas, que acabaríamos pagando todos. La Comunidad Europea ha propuesto gravar el exceso de beneficios, lo que impide que se vuelvan a cargar, pero además repercutiendo ese gravamen en el recibo como devolución a los usuarios. Limpio, eficaz, con poca posibilidad de trampa. Algo pensado por un gestor sin necesidades populistas.

 

No, hacienda no somos todos, a hacienda la pagamos entre todos, que no es lo mismo, para que nos persiga, y en ciertos casos para que nos arruine. Sigamos jugando al juego del voto fanático, a ver hasta donde llegamos.


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