sábado, 12 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXV)- PEROGRULLO Y EL BARQUERO

Qué gran mentira es la verdad, querido amigo, que gran verdad es la mentira, en esta sociedad en la que ni siquiera se respeta el color del cristal con que se mira.

Una duda pertinaz se me plantea cada vez que, cada vez menos, me asomo al mundo de las verdades a medias, de las verdades relatadas desde el papel o la pantalla, y que parecen no tener otro objetivo que instaurarse como verdades verdaderas, en detrimento de verdades constatables solo sostenidas desde la realidad, o la experiencia.

El tan cacareado “metarverso” todo lo soporta, y el empeño, que ya no supone esfuerzo, si no oportunidad, de crear una realidad que se acomode a los deseos particulares, sin tener en cuenta la realidad real, si es que eso existe, va triunfando. Para que algo sea verdad, en los tiempos actuales, basta con que acomode a un personaje público, o que sea recogida en alguno de los soportes tecnológicos de las verdades sin sustancia.

La mentira ya no existe, existen verdades acomodadas como “el relato”, la “postverdad”,  o la verdad alternativa justificable, todas ellas construidas desde una mentira común, la voladura sistemática del lenguaje, el significado irreconocible de la comunicación verbal.

La nueva torre de babel, esta vez no al servicio de dios, si no al de los hombres endiosados, que se creen con derecho y capacidad para destruir lo que les rodea para construir a su medida, por muy escasa y discutible que esta sea, está en marcha, hasta tal punto que la desfachatez, una lacra abominable digna de personajes sin ética, y sin vergüenza, se ha convertido en una suerte de virtud imprescindible para cualquiera que se considere refrendado, y con atribuciones, para subvertir la verdad constatable.

Ya nadie tiene que mentir, ya nadie miente, simplemente, con absoluta desfachatez, cuando a alguien le ponen un micrófono delante, se limita a construir un “relato”, a defender una “postverdad”, o a marear el lenguaje, con aire de suficiencia y paciencia infinita, hasta emitir un mensaje en el que todas las palabras son individualmente reconocible, pero que, unidas, no llegan a significar absolutamente nada.

Perogrullo y el barquero, son los auténticos héroes de nuestro tiempo, los adalides de los servidores públicos convertidos en salvadores de lo políticamente correcto, de la mentira incuestionable, de la verdad alternativa, aplaudida, celebrada, defendida, inmediatamente, sin fisuras ni cuestionamientos, por quienes está más preocupados por las “verdades ajenas” que por las mentiras propias.

Estos, más seguidores del barquero que de Perogrullo, están perfectamente conformes con las tres verdades del barquero, que acaban siendo cuatro, o cinco, o las que sean necesarias para defender las anteriores, porque, primera y curiosa característica de esas verdades, tienen que ser defendidas, porque son cuestionables. Y ahí entra Perogrullo y dice, con la suficiencia que le caracteriza que la verdad nunca puede ser cuestionable, pero nadie le escucha.

Se supone que, para evitar todo esto, debe de existir un código ético que permita enfocar en su justa medida los comportamientos, y que esa ética, variable para cada uno, pero no variable en cada uno, es un conjunto de valores que invitan a las virtudes, hasta que Marx, no Carlos, el otro, el del cine, definió en una frase genial la ética variable, la del oportunista, la del sinvergüenza, la del desahogado, la que cada día nos encontramos ante micrófonos, en parlamentos, despachos y redacciones.

La verdad como virtud generadora de confianza, de integridad, de respeto, ya no existe, está obsoleta. Ahora, en estos tiempo de verdades convenientes, de mentiras sin piedad, de discursos sin fuste, ni contenido, de lenguajes que permiten construcciones destructivas, y realidades alternativas, necesarias para construir sociedades indefensas, de ideologías alienantes y que se pretenden justificar a sí mismas en base a éticas no compartidas, impuestas, totalitarias, uniformizantes,  el barquero va y viene por el río escuchando verdades que no comparte, y sin cobrar ni un céntimo por sus viajes; hasta que la barca se hunda, o el río se seque, o no queden pasajeros que quieran cruzar en barca.

¿Y Perogrullo? Perogrullo sumido en el silencio, en el asombro, en la incapacidad de encontrar ni una sola obviedad que llevarse al caletre, viendo el vaivén frenético del barquero  y la ruina de su familia. De la de barquero, por supuesto.

 

(*) Las tres verdades del barquero:

-          “Pan duro, mejor duro que ninguno”

-         “Zapato malo, más vale en el pie que no en la mano”

-         “Si a todos pasas de balde como a mí, dime, barquero, ¿qué haces aquí?”

Que pueden ser cinco si, según ciertos autores, le añadimos estas dos:

-          “Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro”.

-          “Al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas”.

Que pueden ser seis si le añadimos una verdad como un templo, una verdad verdadera, una verdad como un puño, una verdad de Perogrullo, sustanciado en el que suscribe: el que no dice nada coherente, ni dice verdad, ni miente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario