Hay muchas razones por las que no
es conveniente un gobierno débil, y hay casi tantas por las que puede ser
deseable. Pero las razones negativas se multiplican cuando la coyuntura es
complicada, y cuando la debilidad más parece una anemia terminal que un episodio
superable. Y en esas estamos.
En el momento actual el gobierno
que preside Pedro Sánchez no sólo es débil e inadecuado para las circunstancias
que vivimos, no, además es que su empeño de superar unas expectativas, hablo de
las reales, de voto desastrosas lo hacen parecer aún más débil, rozando el
esperpento con sus declaraciones que la mayoría de las veces son simples
titulares populistas, cuando no inútiles para lo que dicen resolver. Y ahí
está, atrapado entre lo imposible y lo que no puede ser. Preso entre la
necesidad de gobernar para mejorar sus expectativas y la falta misma de
expectativas que va cosechando con su inoperancia.
Pero si lo del gobierno en
general es preocupante lo de la vicepresidenta portavoz seguramente es digno de
espectáculo bufo y cartelera. Sus declaraciones pasan del chiste a la
ocurrencia, de la ocurrencia al disparate y del disparate al “válgame dios” sin
solución de continuidad.
La pirueta, o pingareta,
declarativa realizada por la Vicepresidenta para justificar la flagrante
contradicción respecto a la calificación
del proceso catalán como rebelión, es digna de la antología del descaro y la
desvergüenza. Y encomiable por su cintura. A pocos se les habría ocurrido el
argumento, pero nadie, salvo esta señora, se habría atrevido a utilizarlo.
El gobierno del señor Sánchez,
como todo gobierno débil, este extremadamente débil, es reo de la búsqueda de
apoyos para sacar adelante sus iniciativas, por lo que es reo, como
consecuencia, de las concesiones que tiene que hacer para conseguir esos
apoyos. Y esa circunstancia lo hace vivir en un permanente cuestión, porque
cualquier iniciativa, por muy loable o ajustada que pueda parecer, que coincida
con los planteamientos de sus posibles valedores, está sujeta a sospecha,
crítica y descrédito.
Este problema se agrava cuando algunos
de esos valedores tiene como objetivo prioritario, a veces parece que único, la
ruptura del estado. Cualquier cambio de posición, cualquier iniciativa que
pueda apuntar a su favor estará automáticamente bajo la lupa de la calle y
redundará en el descrédito del presidente del gobierno.
Tampoco ayuda a fortalecer al
gobierno su permanente exhibición de titulares sensacionalistas o populistas, y
menos cuando con el devenir del tiempo se muestran como absolutamente inaplicables
o carentes de contenido o, incluso, perjudiciales para aquellos a los que dicen
querer favorecer.
Ejemplos tenemos muchos,
demasiados, para considerarlos deslices o muestras entusiastas de objetivos
inalcanzables. Desde la exhumación del cadáver de Franco, al que han dado una
nueva preponderancia que ya no tenía, que amenaza con convertirse en una
bufonada digna de las plumas de Jardiel o Tono, pasando por la permanente
comunicación de subidas de impuestos que repercutirán en las costillas de los que
ya las tienen laceradas, o la última ocurrencia de las hipotecas que han
provocado la hilaridad de todos menos aquellos que por afinidad ideológica, y
por contumacia adhesiva, consideran correcta cualquier iniciativa. O sea, esos
que siempre llamo “los de toda la vida”. A nadie se le escapa, ni siquiera a
estos, que el nuevo decreto ley ha abierto la vía para que ese impuesto se
repercuta en los clientes y que por tanto las comisiones, que suelen funcionar
por porcentajes, se incrementen. O sea un decreto ley cuya precipitación e
irresponsabilidad va a suponer un encarecimiento inmediato de las hipotecas.
Conseguido. Loa bancos salen indemnes y los que necesitan ayuda para lograr
algo lo van a conseguir más caro. Merece aplauso. Un dos por uno.
Ya nadie cree al gobierno, salvo
sus componente y sus afines incapaces de pensar por si mismos. Ya nadie cree al
gobierno, ni siquiera, o tal vez menos que nadie, sus socios que solo lo
soportan porque les es útil para conseguir objetivos imposibles de otra manera
algunos, para conseguir su mayor desgaste en beneficio propio otros, o para
evitar que en unas elecciones pueda salir un gobierno menos manejable la
mayoría.
Este país necesita urgentemente
unas elecciones, un gobierno fuerte y una política algo menos errática y
populista. Este país merece y necesita unas elecciones para poder afrontar sus
necesidades con perspectivas de estabilidad y sin sospechas de hipotecas
difíciles de asumir. Este país necesita unas elecciones ya, y justo por eso no
las va a tener.
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