Los que manejan armas, sobre todo armas antiguas, saben que
la forma habitual de tirar es apuntar alto para que el tiro tenga mayor
alcance. Parece que en la política esta norma tiene mucho predicamento. Al fin y
al cabo este sistema permite el navajeo a nivel institucional y evita tener que
solucionar los problemas del ciudadano de a pie preocupado por problemas que ni
le afectan ni, si fuera capaz de analizar con rigor, le llevan a nada en su día
a día.
Esto sucede en todos los aspectos: en la economía, en la
justicia, en la educación, en la representatividad… La indefensión popular es
absoluta en todos estos aspectos. Absoluta y complacida. Los ciudadanos
furiosos acuden a todas las muletas que los políticos les muestran y acabados
los capotazos de rigor no han conseguido nada. Absolutamente nada.
Por esto, y no por otras grandes historias, macro historias
en terminología de tomar el pelo, a día de hoy, y en todo el mundo, a cada día
que pasa tenemos menos derechos, más miedos y una confusión mental que nos
incapacita para tomar el rumbo adecuado.
En realidad el planteamiento es fácil, y hoy en día con las
redes sociales aún más fácil. Todo es cuestión de crear una realidad irreal en
la que todo parezca lo que no es y todo sea lo que no parece. Magia, creo que
le llaman.
Se toma una sociedad. Se le otorgan unos derechos que sean fácilmente
manejables. Se crean unas ideologías que les impidan ser independientes y tener
criterio propio, se crean unos enemigos internos y alguno, fundamental,
externo. Se la dota de un territorio, unos símbolos identificativos y un
discurso de superioridad sobre todo lo demás, se le da cuerda y a jugar.
Solo hay que manejar los conceptos de forma que nunca sean
los que parece que son. Por ejemplo, una democracia que no representa a nadie.
Discurso alternativo: “la democracia es el mejor de los sistemas posibles por
muy imperfecto que sea”. No es verdad, una mala democracia, una falsa
democracia en la que se desvirtúa el valor de los votos con leyes retorcidas,
una democracia en la que el ciudadano no puede hacer oír su voz porque esta
está secuestrada por unas organizaciones profesionales del ejercicio del poder,
es un mal sistema. Pero se vota, se elige, cierto, pero solo a aquellos que han
sido previamente seleccionados en despachos a los que el ciudadano de a pié no
tiene acceso y en base a programas que luego no cumplen nunca. Y eso es jugar
con cartas marcadas. La democracia, el poder del ciudadano, no se ejerce
cambiando las élites de un tipo por élites diferentes, o de diferente origen,
el poder del ciudadano se alcanza dándole voz real, dándole a su voto el mismo
valor que al de su vecino y permitiéndole que vote a las personas que él desee
y no a un bloque de anónimos cobradores de sueldo por apretar un botón de vez
en cuando. La democracia existe, pero a los detentadores del poder, a las
élites actuales no les interesa lo más mínimo que pueda llevarse a la realidad.
A mí que me importa si el señor Casado es un mentiroso, o si
la mujer del señor Sánchez se favorece del cargo de su marido, o si el señor
Iglesias se compra un chalet. Nada, no me importa lo más mínimo, a mi vida no
le afecta de ninguna forma. A mi vida le afecta que los jóvenes de esta
sociedad lleven más de treinta años sin un plan educativo estable y eficaz. A mí
me afecta que la fiscalidad de este país sea una trampa recaudatoria para
cualquiera que quiera tener una iniciativa económica. A mí me afecta que un
juez de primera instancia de alguna localidad no muy grande juzgue a sus amigos
y se le note, y no pueda hacer nada. A mí me afecta que cada cuatro años el
parlamento que dice representarme se llene de personas de las que no conozco ni
la cara, ni la conoceré al cabo de cuatro años, ni quedará claro que ha hecho
aparte de apretar el botón que su jefe le haya indicado cada vez que haya una
votación. A mí me afecta que se legisle en función del que más grita y no del
que más razón tiene. A mí me afecta que se mienta día a día con absoluta
desfachatez y se rían las mentiras
porque son las de los “míos”. A mí me afecta que me toreen y me tomen por
tonto. A mí me afecta que un sinvergüenza entre en mi casa y tenga más
cobertura legal que yo que lo único que quiero es que me devuelvan lo que es
mío. A mí me afecta que un delincuente contrastado salga de la comisaría varias
veces al mes sin que se ponga coto al delito. A mí me afecta que los pobres
sean cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos mientras se montan
fiscalidades de pacotilla que lo único que buscan es exprimir a la clase media
sin solucionar el gran problema del reparto razonable de la riqueza. A mí me
afecta que me hablen de derechos los que consideran que solo tienen derechos. A
mí me afecta que me regañen, insulten, califiquen, personas incapaces de tener más
idea que la que los demás aplaudan. A mí me afecta que estemos tan podridos que
las únicas voces que se escuchan son las populistas y radicales. A mí me afecta
ver morir a gente buscando la vida porque sus lugares de origen se han vuelto
inhabitables por intereses que a mí no me interesan.
Pero claro, esto solo es lo que a mí me interesa. Yo
entiendo que en realidad es más interesante ser socialista, popular, podemita,
nacionalista o ciudadano. Gritar cuando me digan que hay que gritar, y que es
lo que hay que gritar. Insultar a todo el que diga que no está de acuerdo y
debatir siguiendo las consignas del partido. Yo entiendo que es más interesante
y menos estresante. Pensar por uno mismo es, aparte de poco gratificante
socialmente hablando, un trabajo impropio y nada valorado.
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