Tengo la permanente sensación de
que el universo es un sistema caótico que busca el equilibrio de la
inexistencia, se alcance esta por la máxima expansión o por la máxima
contracción. Y esa misma convicción, ese mismo objetivo final, lo tengo para
cada una de las cuestiones cotidianas con las que me enfrento. Aquello de que
todo lo que es arriba es abajo, todo lo que es dentro es fuera, guía siempre mi
forma de observar el mundo. Todo tiende al equilibrio, todo tiende a la
placidez de la quietud, pero todo está sujeto a fuerzas exteriores que pueden
alterar o retrasar ese equilibrio deseado.
No, aunque parezca otra cosa, no
estoy hablando de física, ni de matemáticas, ni de cosmología, ni de ninguna
otra ciencia que estudie el universo, no al menos a nivel universal, estoy
hablando del día a día, o, por ser más exactos, del lustro a lustro. Estoy hablando
de nuestra sociedad y su evolución en busca de unos derechos y una justicia que
se ve alterada por su propia búsqueda.
Leía, con la preocupación lógica,
las noticias que hablan de un repunte del machismo más soez y peligroso, el de
las mujeres consentido por los hombres, entre nuestros adolescentes. Y leía,
con el desasosiego habitual, las noticias sobre las últimas actuaciones del
feminismo radical más intransigente, el que hace que la actitud de ciertas
mujeres parezca contraria a la existencia, salvo la consentida, de los hombres.
Aunque parezca otra cosa, para mí, las dos caras de un único problema.
Basta con observar con atención
para darse cuenta de que lejos de acercarnos a la igualdad real entre hombres y
mujeres esa igualdad da la impresión de estar cada vez más lejos. Una sociedad
más interesada en la prisa de obtener resultados que en la permanencia de
estos, más volcada en la represión que en la formación, más pendiente del
linchamiento de los culpables que de la comprensión del problema que los
permitió, no parece que pueda obtener un equilibrio real.
La proliferación de horrores
sexuales mediáticos, su inopinado brote cual si de setas en tiempo húmedo se
tratara, hace que en determinados momentos algunos nos podamos plantear cuantas
vindicaciones espúreas se cuelan en la marea del horror y el linchamiento. Eso
y la criminalización de los culpables más allá de su culpa. Me horroriza esa
ferocidad insaciable que extiende el juicio sobre la persona a su obra buscando
el exterminio absoluto de la persona y del personaje. ¿Cuántos de nuestros
antiguos sabios y referentes soportarían esta criba inclemente? ¿Qué sería de
nosotros si por cuestiones morales, éticas, por sus actos o tendencias, se
hubiera destruido su obra?
La igualdad plena de los hombres
y las mujeres en todos los ámbitos es un objetivo incuestionable. Para algunos
que hemos vivido en esta generación, una convicción sin matices. Pero por esa
misma convicción ciertas actitudes me parecen intolerables, tan intolerables
como intolerantes son.
Se suele asemejar la evolución
social a un movimiento pendular. Es ciertamente una percepción bastante
acertada y, siguiendo ese mismo concepto, el movimiento pendular tiende
inevitablemente a la inmovilidad, es decir al equilibrio del objetivo
conseguido. Pero para alcanzar ese equilibrio solo hay dos posibilidades, dejar
que el rozamiento, la educación, la evolución, vayan frenando su movimiento o
intentar aplicar una fuerza negativa que lo frene considerablemente. Qué duda
cabe de que el método más rápido es el segundo. El más rápido y el más
inseguro, como demuestra la experiencia que estamos viviendo. Se ha creado un
ambiente hostil que pretende erradicar el machismo por la vía de la represión.
Se ha considerado que toda acción encaminada a alcanzar un objetivo justo es
justificables, aquello de que el fin justifica los medios. Se ha legislado con
signo, la discriminación positiva, la violencia de género, sin atender a las
garantías mínimas del proceso. Se ha justificado el nacimiento de movimientos intolerantes
siempre que fueran del signo adecuado, como si eso pudiera existir, el signo
adecuado. Se ha puesto tanto énfasis y tan erróneo en el presente que el futuro
nos ha pasado al lado aumentando la amplitud del movimiento pendular de signo
contrario. Estábamos tan ocupados en reprimir el presente que nos hemos
olvidado que la mejor aportación de los hombres, así en plural sin género, es
preparar el futuro, y nosotros hemos contribuido a empeorarlo. Este progresismo
victoriano, pacato, castrante y frustrante, nunca podrá ser la referencia para
alcanzar un objetivo justo. Nunca podrá encabezar una reivindicación asumible.
Nunca alcanzará a representar a aquellos que buscamos la estabilidad del
péndulo. Fundamentalmente porque es más de lo mismo pero de signo contrario y
eso no frena al péndulo, lo acelera, lo amplía.
No puedo, mientras escribo esto,
olvidar un relato de Booth Tarkington que leí a principios de los setenta y que
se titulaba “Las Veladas Feministas de la Atlántida”, donde analizaba en clave
de fantasía el problema de la reivindicación llevada a extremos irracionales. Como
no puedo evitar pensar que habría sido de obras como “Lolita” o “Muerte en
Venecia”, o de sus autores, si en su época se hubiera llevado a cabo la
dictadura moral que ciertos colectivos intentan en la actualidad ejercer sobre
la sociedad en general.
Parece que nadie se da cuenta del
daño que ciertas medidas y actitudes está causando en la sociedad. La ridiculez
del llamado lenguaje inclusivo mueve en la sociedad general a la chanza y a
lograr el objetivo contrario al que pretende fuera de los círculos
comprometidos que lo promueven. La discriminación positiva mueve a la
radicalización de aquellos que por convicción o por padecimiento directo no ven
la parte positiva de ninguna discriminación. La aplicación sin fisuras, que
conlleva a injusticias, por pocas que sean, de la legislación sobre violencia
de género aboca a una contestación cada vez mayor a su aplicación sin que
parezca que logra alcanzar sus objetivos.
La ley, por si misma, no alcanza
nunca la justicia. La ley que se decanta a priori hacia un lado, ni lo
pretende. La única herramienta que puede pretender el equilibrio, la igualdad
sin fisuras y convencida, es la formación en valores, esa que hace que el
individuo actúe por convicción y no por represión, pero eso lleva tiempo,
esfuerzo, generosidad, compromiso. En este tema y en todos.
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