En castellano, y supongo que en
cualquier otro idioma, hay refranes aplicables a cualquier situación cotidiana,
y, aunque a veces nos sorprenda la vida con sus vueltas, casi ninguna es nueva.
Sí, es verdad que hay algunas más dolorosas, más incomprensibles, más, tal vez,
ajenas a nuestro devenir diario porque no parecen propias del entorno en el que
nos movemos, pero eso es parte de la vida, de la enseñanza y de nuestra propia
formación como seres humanos.
Siempre pensé en el refrán que
hoy se me vino a la cabeza en términos absolutos, en términos de injusticia palmaria
y evidente, pero la situación vivida me ha obligado a dar una vuelta más de
tuerca al refrán, a buscar un más allá de un enunciado simple y directo.
“Pagan justos por pecadores”
habremos oído cantidad de veces. Es un refrán presente desde el colegio. Era un
refrán aplicable cuando el profesor cogía a un alumno con una nota en la mano
en medio de un examen y no preguntaba si era suya, si se la habían pasado sin
pedirlo, si… tantas circunstancias y el alumno era expulsado con su suspenso
correspondiente y todos sabíamos que aquel era la víctima. El culpable,
habitualmente, seguía en clase y no tenía la gallardía de identificarse al
profesor. El expulsado era el que sabía, el que no estaba acostumbrado a las
trampas, el que, unas veces voluntariamente y otras no, recibía una nota que no
había solicitado, o que había acordado para ayudar al “listo” de turno. Y
entonces pagaba el justo, el que había estudiado, el que sabía, por el pecador,
por el que no se había esforzado y además provocaba la desgracia ajena.
“Pagar justos por pecadores”, que
habitual. Que tristemente habitual resulta en una sociedad donde ciertos
individuos tienen la habilidad para manejar a terceros que hagan su trabajo
sucio sin ellos dar la cara, manteniéndose a resguardo de las consecuencias y
viendo como en aras de su cobardía, de su egoísmo, de su insidia, otros torpes,
otros débiles, aunque no inocentes, expían las culpas de los que no tienen la
categoría humana, moral, ética, suficiente para afrontar sus propios actos, o
deseos, o ambiciones.
Y si esto es lamentable, si esto
es en sí mismo lamentable, cuanto más lo es en entornos donde la moral, la
ética, la humanidad, son materias de trabajo personal, donde mejorar es un
desafío personal consciente, obligado por la propia decisión de hacerlo y de
acompañarse de otros en el camino de realizarlo.
Maldigo a los cobardes culpables
de inhumanidad, de desapego, de congelación moral, capaces de resguardarse
detrás de la culpa de otros, capaces de ver como consumen ilusiones y
posibilidades ajenas en un trabajo sucio, soterrado y, habitualmente, indigno
que solo a ellos les es propio. Los maldigo y los desafío, porque, en estos
casos en que no hay justos que paguen porque no hay inocentes absolutos, si es
verdad que pagan los menos culpables, los “tontos” elegidos por los verdaderos
culpables. Y, digamos la verdad entera, culpables somos también en mayor o
menor medida, pero culpables, los que mirando para otro lado no ponemos coto,
no enfrentamos, no denunciamos, no combatimos, a los que son el origen del mal,
a los insidiosos, a los amorales que se aprovechan de nuestra tibieza, o
prudencia, o comodidad, para medrar y seguir consumiendo víctimas.
¿Qué de quién hablo? De nadie en
concreto, esto es simplemente una reflexión, una licencia literaria que hoy me
he tomado, pero eso sí, estoy seguro que mientras lo leíais, mientras los
significados entraban en vuestras cabezas, alguna imagen se os ha venido. Y
también es posible que si tendéis vuestra mirada alrededor veréis a alguno que
se rasca, porque le pica, y ya se sabe que “al que le pica ajos come”. Y ya
lanzados al ruedo refranero a mí me gustaría pensar que se acabará cumpliendo
ese que dice que: “El que la hace la paga” o aquel otro: “A cada cerdo le llega
su San Martín”. Y no digo más, ni quito una coma.
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