sábado, 6 de febrero de 2016

Refraneando

En castellano, y supongo que en cualquier otro idioma, hay refranes aplicables a cualquier situación cotidiana, y, aunque a veces nos sorprenda la vida con sus vueltas, casi ninguna es nueva. Sí, es verdad que hay algunas más dolorosas, más incomprensibles, más, tal vez, ajenas a nuestro devenir diario porque no parecen propias del entorno en el que nos movemos, pero eso es parte de la vida, de la enseñanza y de nuestra propia formación como seres humanos.
Siempre pensé en el refrán que hoy se me vino a la cabeza en términos absolutos, en términos de injusticia palmaria y evidente, pero la situación vivida me ha obligado a dar una vuelta más de tuerca al refrán, a buscar un más allá de un enunciado simple y directo.
“Pagan justos por pecadores” habremos oído cantidad de veces. Es un refrán presente desde el colegio. Era un refrán aplicable cuando el profesor cogía a un alumno con una nota en la mano en medio de un examen y no preguntaba si era suya, si se la habían pasado sin pedirlo, si… tantas circunstancias y el alumno era expulsado con su suspenso correspondiente y todos sabíamos que aquel era la víctima. El culpable, habitualmente, seguía en clase y no tenía la gallardía de identificarse al profesor. El expulsado era el que sabía, el que no estaba acostumbrado a las trampas, el que, unas veces voluntariamente y otras no, recibía una nota que no había solicitado, o que había acordado para ayudar al “listo” de turno. Y entonces pagaba el justo, el que había estudiado, el que sabía, por el pecador, por el que no se había esforzado y además provocaba la desgracia ajena.
“Pagar justos por pecadores”, que habitual. Que tristemente habitual resulta en una sociedad donde ciertos individuos tienen la habilidad para manejar a terceros que hagan su trabajo sucio sin ellos dar la cara, manteniéndose a resguardo de las consecuencias y viendo como en aras de su cobardía, de su egoísmo, de su insidia, otros torpes, otros débiles, aunque no inocentes, expían las culpas de los que no tienen la categoría humana, moral, ética, suficiente para afrontar sus propios actos, o deseos, o ambiciones.
Y si esto es lamentable, si esto es en sí mismo lamentable, cuanto más lo es en entornos donde la moral, la ética, la humanidad, son materias de trabajo personal, donde mejorar es un desafío personal consciente, obligado por la propia decisión de hacerlo y de acompañarse de otros en el camino de realizarlo.
Maldigo a los cobardes culpables de inhumanidad, de desapego, de congelación moral, capaces de resguardarse detrás de la culpa de otros, capaces de ver como consumen ilusiones y posibilidades ajenas en un trabajo sucio, soterrado y, habitualmente, indigno que solo a ellos les es propio. Los maldigo y los desafío, porque, en estos casos en que no hay justos que paguen porque no hay inocentes absolutos, si es verdad que pagan los menos culpables, los “tontos” elegidos por los verdaderos culpables. Y, digamos la verdad entera, culpables somos también en mayor o menor medida, pero culpables, los que mirando para otro lado no ponemos coto, no enfrentamos, no denunciamos, no combatimos, a los que son el origen del mal, a los insidiosos, a los amorales que se aprovechan de nuestra tibieza, o prudencia, o comodidad, para medrar y seguir consumiendo víctimas.

¿Qué de quién hablo? De nadie en concreto, esto es simplemente una reflexión, una licencia literaria que hoy me he tomado, pero eso sí, estoy seguro que mientras lo leíais, mientras los significados entraban en vuestras cabezas, alguna imagen se os ha venido. Y también es posible que si tendéis vuestra mirada alrededor veréis a alguno que se rasca, porque le pica, y ya se sabe que “al que le pica ajos come”. Y ya lanzados al ruedo refranero a mí me gustaría pensar que se acabará cumpliendo ese que dice que: “El que la hace la paga” o aquel otro: “A cada cerdo le llega su San Martín”. Y no digo más, ni quito una coma.

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