Cuando yo vivía mi infancia, allá
por los años 50 y 60 del pasado siglo, las mañanas de reyes, que entonces no se
ponían en duda, eran un acontecimiento que llegaba a su clímax cuando entre los
regalos aparecían la bicicleta, el juguete de moda o una caja de Juegos
Reunidos Geyper. Había otros, pero los deseados eran los Geyper. La caja roja y
amarilla, con el niño sonriente en la portada y las letras del nombre formadas por
fragmentos de tableros, llevaba tu vista, rápidamente, ávidamente, con
esperanza y delectación hacia el número blanco sobre círculo azul que estaba en
la esquina inferior izquierda de la tapa y que indicaba el número de juegos que
encerraba la ansiada caja.
La primera parte del milagro
estaba conseguida, pero si el número era 45 o 50, la felicidad rozaba el
éxtasis. El parchís, la oca, la ruleta, el besugo, el Ke-Te-Kojo, La isla, la
construcción, la escalera, las carreras de caballos, el ajedrez, las damas…
hasta 50. Era emocionante, un anticipo, abrir la tapa y contemplar,
perfectamente colocadas, envasadas, en sus cajas, cogidas con gomas, como nunca
más, en mi caso, volverían a estar, todas las fichas y piezas, todos los
artilugios que anticipaban, o no, juegos hasta ese momento insospechados.
Después levantabas esa capa intermedia de las fichas y allí estaban, los
tableros que a través de su imagen, y de la imaginación del que miraba, prometían
horas, días de diversión.
Creo que nunca llegué a jugar a
todos los juegos, pero a cambio me inventaba otros, hacía olimpiadas en las que
los colores competía en carreras a través de los diferentes tableros. Llegué,
en mi afán de crearme un mundo paralelo, a comprar chinchetas de colores que me
daban una amplitud mayor de juego cuando los tableros eran simples pistas de
extrañas carreras.
Lo que nunca, que yo recuerde, se
me ocurrió hacer, fue jugar al parchís con las piezas de ajedrez, o al ajedrez
con las fichas del ke-te-kojo, una especie de peones que podían apilarse. No,
cuando quería jugar a algo concreto, la oca, la escalera…, o con más personas,
me leía las reglas, cogía las fichas prescritas en las instrucciones y jugábamos.
Aún con las reglas en la mano siempre había alguna disputa. Algún dado que no
caía en el lugar debido, alguna ficha que se movía al mover inopinadamente el
tablero, en fin, cosas, roces, conflictos que no siempre terminaban con
acuerdo.
Y yo, ¿porque estoy contando
esto? No sé, esta cabeza mía, yo simplemente estaba leyendo algo sobre las
negociaciones para formar gobierno. ¿En que estaría yo pensando?
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