Es difícil situarse, papá. Es
difícil conseguir situarse en el plano en el que tú te mueves, cuando te tienes
que enfrentar a la memoria, a la destrucción paulatina y regresiva de la
memoria. Todo lo que has aprendido -memoria-, todo la experiencia acumulada
-memoria-, todo el sistema de relaciones establecido durante la vida -memoria-
se viene abajo porque tú lo estás olvidando, cada día, cada instante, cada vez
que nos vemos e intento situarme lo hago respecto al que fuiste ayer, pero tú
ya no eres el que fuiste ayer, eres el que fuiste hace no sé cuántos años menos
un día.
Y entonces tengo que resituarme,
si es que en ese momento tu estado nos lo permite. Porque a veces resituarme es
aceptar con resignación, pero con rabia, que ese día te toca aislarte, que ese
día no podré acceder a ti por ningún medio, con ningún argumento, con ningún
lugar común que nos permita reconocernos. Si afortunadamente el día es un poco
mejor entonces solo hay que saber cuál de los diferentes papeles es el mío,
padre, hermano mayor... y saber en qué remoto tiempo y lugar habré de colocar
ni torpe memoria (-No me acuerdo papá. - Pero si tú estabas allí. -Ya papá,
esta memoria mía... ) y tú entonces te arrancas a contarme aquello que pasó y
que intento entresacar de los vocablos extraños y trastocados con que me lo
cuentas.
Y cada vez las historias son más
lejanas en el tiempo, y más escasos los días en que te apetece, en que puedes
contarlas, y más numerosos los de aislamiento o los de obsesiones.
Porque también están las
obsesiones, papá, esa permanente preocupación porque te están quitando las
cosas de valor. Las cosas de valor... Como las piedras preciosas de plástico de
tu copa de Lord López Cid que te regalaron en aquella cena de Londres, o esos
soldaditos de plomo que con tanto esmero fundías, pintabas y colocabas en cajas
adornadas por ti mismo para regalar a los niños de tu alrededor, o tus monedas,
esas con las que tanto disfrutabas colocándolas, clasificándolas, comparando y
que ahora solo son una cuita más, otro quebradero de una cabeza que ya está
bastante quebrada.
En fin, papá, que al final, al
extremo de tanta apariencia resulta que solo somos agua y memoria, y si nos
falta cualquiera de los dos elementos, si nos privan de cualquiera de nuestras
esencias solo va quedando la decadencia, o la muerte.
Aunque, ahora que caigo, papá,
aún hay un elemento más que nos identifica y hace vivir, la memoria de los
demás. El amor que hayamos podido generar en los demás y que es lo único que
nos trasciende. Y yo te quiero, papá, más allá de los recuerdos y los humores,
los del cuerpo o los del día.
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