Observo con preocupación, con un
cierto temor, un rebrote de revanchismo desde las últimas elecciones
celebradas, y, si mi conocimiento histórico no me falla, el revanchismo de un
signo precede inevitablemente al revanchismo del signo contrario y, como
consecuencia final, a la incapacidad de crear una sociedad tolerante, libre y preparada
para convivir con estabilidad.
Una sociedad dirigida, política e
intelectualmente, por personas cuyo principal objetivo es tirar por tierra todo
lo que han hecho los anteriores no puede más que generar una sociedad condenada
al continuo vaivén de las urnas y, por tanto, a una sociedad empobrecida
intelectualmente, arrasada formativamente y envilecida políticamente.
Leo, leo cada vez menos pero aún
lo suficiente, como se promueve el cambio del nombre de calles, la iniciativa
para prohibir las fiestas de moros y cristianos o la iniciativa para incautar
patrimonio eclesiástico solo por serlo.
Eso se llama revanchismo, eso se
llama obsesión, eso llama a que, dentro de los años que sean y ganen los otros,
tengamos otro episodio -declaraciones, gastos y ofensas- semejante pero de
signo contrario.
Pero vayamos por partes.
A mí que las calles se llamen de
una forma u otra me resulta bastante indiferente, de hecho ignoro de una forma
completa quienes fueron la mayoría de personas cuyos nombres figuran en los
carteles. Los nombres de las calles sirven para saber dónde estás y, salvo
casos y circunstancias, no me provocan ningún éxtasis de recreación histórica.
Yo circulo por la calle Velázquez buscando el número al que voy o admirando la
belleza arquitectónica de sus edificios, pero no hago un repaso mental ni de su
vida ni de su obra. Que a la calle José María Pemán se le cambie el nombre
porque fue franquista me parece una aberración, salvo que se haga lo mismo con
la de Rafael Alberti. El uno fue literato, según los gustos, y franquista, el
otro fue literato, según mi gusto malísimo, y comunista. Si es por calidad
literaria quitemos los dos, y tantos otros, si es por filiación política es
revanchismo y por tanto yo estoy en contra.
Admitamos que ningún nombre de torturador
o asesino debe de figurar en los carteles de una calle, pero para evitar el
revanchismo, para hacer algo justo y no ofensivo quitemos todos los nombres de
ambos lados con el mismo criterio. Militares, fuera todos, colaboracionistas de
cualquier signo, fuera todos, héroes varios, fuera todos. Seguro que a los
italianos si les explican quien fue Viriato lo considerarían un asesino indigno
de tener una calle. Y a Velázquez por monárquico, y a Pío XII por papa y a Alfonso
XIII por rey y a Mariana Pineda porque ofende a los franceses y a mí, como
alérgico, los de flores y plantas. Qué barbaridad. Revanchismo y revisionismo.
Respecto a las tradiciones
ofensivas para otras gentes estoy hasta los inmencionables de “bienpensantes”
que deciden que parte de la historia tiene que avergonzarnos a todos y están
dispuestos a imponer su superior criterio moral y social a los pobres
engañados, pervertidos e insolidarios que por el mundo circulamos sin caer en
penitencias desgarradoras por la maldad intrínseca de todos nuestros
antecesores.
Yo, cuando veo algo que no me
gusta, que no comparto, me limito a ignorarlo en la mayor parte de los casos y,
si es dañino, a explicar mis razones, a fomentar el conocimiento del daño
causado, la educación de aquellos que no reparan en lo dañino de sus actos
porque nadie se ha preocupado antes de equiparlos con un criterio moral
suficiente. Pero lo que no hago es prohibir, imponer, agredir, soliviantar,
condenar a aquellos que piensan diferente a mí, primero porque no tengo motivos
para pensar que mis maldades, sí, esas que todos tenemos, sean mejores que sus
maldades porque son menos públicas y segundo porque no tengo ningún interés, ni
por tanto prisa, en figurar en la historia como el referente moral de nadie ni
de nada.
Si alguien se siente ofendido con
una tradición que se vaya a otro lado donde no se practique o que consiga su
ilegalización. Yo, salvo cuestiones de violencia y sangre, soy más partidario
de que se vaya a un lugar donde no le ofendan. Ejemplo: cuando hay una fiesta
popular siempre hay algún vecino con balcón aledaño que se siente perjudicado.
Los más listos se cogen vacaciones coincidiendo con las fiestas y se ausentan.
Había un tercer punto de
revanchismo en el principio, pero ese tiene su propio recorrido y es tan
complejo e intrincado que intentar desarrollarlo aquí haría esta reflexión
interminable.
En fin, que como ciudadano de a
pié, como sufridor de administraciones varias hay puntos que me urgen mucho más
que lo de revisar los nombre de las calles o la mayoría de propuestas de corte
populista que hasta este momento han hecho los “nuevos ayuntamientos”, los
antiguos ni eso. Una propuesta que creo
que suscribiríamos todos los ciudadanos sin distinción de color, credo o
filiación: Bloqueo inmediato de las leyes recaudatorias y revisión, o incluso
anulación, de todos los expedientes con flagrante fraude de ley incoados por
las policías municipales y otros entes de dudosa legalidad que los perpetran.
Ah¡, que eso es dinero y no interesa.
Ya, Ya sé cómo me dicen. Primero a salvar las conciencias y luego, luego a
mantener los mecanismos recaudatorios que hay que pagar muchas cosas.
Ciudadanos sí, pero calladitos, engañados y exprimidos.
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