lunes, 13 de julio de 2015

Los Domingos Concierto

Los domingos concierto. Así era, papá, hasta hace unas semanas. Todo el año preguntando cuando empezaba eso del Retiro, todo el año contando, de aquella manera, el tiempo que en los vaivenes propios de tu enfermedad parecía no llegar nunca. Y cuando por fin era domingo de primavera, cuando por fin el tiempo y tu tiempo se conjugaban para acordar que había concierto algún velo de esos que nublan tu mente parecía descorrerse y dejar entrar algo de luz en tu mente obnubilada.

Tus manos se movían al compás de la música, tarareabas con delectación alguna letra que recordabas y contabas anécdotas del colegio, de las carmelitas en Orense, cuando las niñas habían representado alguna escena de zarzuela, y sonreías. Ya no te llevabas las manos a la cabeza mientras cierras los ojos en ese gesto que a mi tanto me atormenta. En ese gesto que me parece una búsqueda desesperada del pensamiento que no consigues aprehender, que se te escapa, no juguetón, no divertido, cruel y burlón en una carrera imposible en la que él siempre va un paso más allá de lo que tu mente alcanza.

Los domingos concierto. Y después un paseíto hasta una terraza o algún otro lugar donde tomar algo y salir de esa cueva mental que es tu casa, de romper esa rutina oscura y sin motivaciones en que se ha convertido tu vida, de burlar por un día, por un rato, ese espectáculo de un lento declinar, de una larga, amarga y traumatizante despedida en la que todos los que te rodeamos somos a un tiempo cómplices y espectadores incapaces de tener un papel en una obra que no entendemos, que no asumimos, que no queremos.

Los domingos concierto podría ser el título de un libreto en el que, en este caso sí, cualquier tiempo pasado fue mejor, o como se diría medicamente, el título de un informe secuencial sobre un paciente con una enfermedad degenerativa. 

Y ahora estamos en otro estadio, papá, ahora estamos en los domingos cantinela. Ya no es que no te acuerdes de los conciertos, que no te acuerdas, ya no es que no disfrutes de salir y tomar el sol y estar rodeado de tus hijos y tus nietos, que ya no los reconoces, es que cuando se te habla de salir, de pasear, de abandonar tu sillón reino, tus manos se aferran a sus brazos, tu cuerpo se suelda con sus telas y tu mente se zambulle el algún inaccesible, recóndito, oscuro lugar entre los cojines lleno de agravios, de agresiones, de tumultos y ladrones que hacen de tu vida, de la nuestra, un infierno en el que todos ardemos un poco en cada episodio.

Y los domingos concierto. ¡Que buenos tiempos!

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