Hay momentos, situaciones, formas,
en las que el negocio sobrepasa la ética, lo razonable. Es evidente que el fin
último de todo negocio es obtener beneficio, el mayor beneficio posible
apuntaría seguramente mucha gente, pero todo beneficio ha de tener unas
limitaciones que si la ética particular del empresario no asume han de
encontrarse reflejadas en el terreno de la legalidad. Nada nuevo.
Existe una búsqueda continua y
sistemática de los caminos que aumenten la cifra de facturación y reduzcan las
inversiones y gastos con el fin de obtener la mayor rentabilidad posible a la
hora de presentar el mágico documento llamado balance final del ejercicio. Eso
sí, en ese balance final no se especifican, ni ahí ni en muchas ocasiones en
ningún otro lugar, de que métodos se ha valido el gestor para obtener las
cifras presentadas. Nada nuevo.
Dentro de los negocios hay
algunos que por su cercanía con el ciudadano tienen una mayor incidencia en el
bienestar diario del mismo y por tanto sus prácticas son especialmente sensibles
y el cuidado legal que en las mismas deberían de poner los gobiernos debería de
ser exquisito, rayano en la perfección. Nada nuevo.
Pero es precisamente en estos
negocios, en estas máquinas de generar dinero, en muchos casos de origen
público, donde menor es el rigor legislativo, donde mayor es la permisividad
legal, donde mayor es la indefensión del ciudadano ante unas prácticas rayanas
en la agresión y que no solo se permiten, sino que incluso intentan
justificarse. Nada nuevo.
Veo con espanto que cualquier
ciudadano puede verse privado de agua, de luz o del gas necesario para la
calefacción ante un conflicto de pago. Si la compañía suministradora se
equivoca en su facturación o por un defecto en su servicio se produce un abuso
sobre el ciudadano este no tiene ningún camino válido para la inmediata
restitución de su razón. No. Primero tiene que pagar el servicio en conflicto,
si es que puede, y luego reclamar y ya se verá, o estará abocado a un inmediato
corte en el servicio y la inclusión en unas vergonzosas listas de pretendidos
morosos que no son nada más que otra demostración de fuerza, y una práctica
permitida de chantaje, respecto al
ciudadano y su indefensión más absoluta. Nada nuevo.
Pero de todos estos negocios hay
uno que está alcanzando la perfección en sus sistemas de generación de
beneficio que ya sobrepasan no solo la ética más elemental, sino el sentido
común. Uno que está logrando financiar su propia reducción de plantilla a base
de gravar sus servicios más elementales y conseguir que el cliente de a pie
renuncie a ellos y por tanto vayan sumiéndose en el olvido. Y esto si es nuevo.
Hablo de los bancos que tras su
inmoral, aunque legal, actuación en el tema inmobiliario, en el sensible tema
de los embargos y su inmenso beneficio en el mismo, han ideado una nueva forma de financiar su propia
reducción de plantilla ante el silencio oficial, el silencio de los afectados
que jamás protestan por unas prácticas, no sé si dudosas o directamente
intolerables, ante las que se ven sobrepasados, maltratados, maniatados, y ante
las cuales lo único que saben hacer es gritarle al de la ventanilla, al fin y al cabo otra víctima más del mismo sistema. Nada nuevo.
Me han pedido uno cincuenta euros
por imprimir un extracto de movimientos de mi cuenta en una ventanilla, me han
pedido dos euros por ingresar en efectivo en una cuenta que no es la mía, me
han pedido uno cincuenta por reflejar un concepto en un ingreso si no era
cliente, me han pedido un euro por ingresar en una oficina diferente de la mía,
me han intentado impedir acceder a mi propio dinero porque mi tarjeta estaba
temporalmente bloqueada, me han intentado cobrar cuota por una tarjeta que
luego hacen imprescindible para el manejo diario de mi cuenta, me han… tomado
el pelo en todos y cada uno de los bancos que he visitado últimamente y he
tenido que tragar y pagar, sin ningún tipo de justificante o documento de
soporte de lo pagado, si no quería enfrentarme a consecuencias más
desagradables. Ya nada nuevo.
En definitiva, ante las grandes
empresas me veo impotente, abandonado
por la razón, por la ley y por aquellos a los que supuestamente pago con
impuestos su labor para evitar este tipo de situaciones, y que parecen cobrar
más de ellos que de mi dada la defensa a ultranza de sus derechos y abandono
sistemático de los míos. Desgraciadamente, nada nuevo.
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