sábado, 16 de mayo de 2015

Nada nuevo

Hay momentos, situaciones, formas, en las que el negocio sobrepasa la ética, lo razonable. Es evidente que el fin último de todo negocio es obtener beneficio, el mayor beneficio posible apuntaría seguramente mucha gente, pero todo beneficio ha de tener unas limitaciones que si la ética particular del empresario no asume han de encontrarse reflejadas en el terreno de la legalidad. Nada nuevo.
Existe una búsqueda continua y sistemática de los caminos que aumenten la cifra de facturación y reduzcan las inversiones y gastos con el fin de obtener la mayor rentabilidad posible a la hora de presentar el mágico documento llamado balance final del ejercicio. Eso sí, en ese balance final no se especifican, ni ahí ni en muchas ocasiones en ningún otro lugar, de que métodos se ha valido el gestor para obtener las cifras presentadas. Nada nuevo.
Dentro de los negocios hay algunos que por su cercanía con el ciudadano tienen una mayor incidencia en el bienestar diario del mismo y por tanto sus prácticas son especialmente sensibles y el cuidado legal que en las mismas deberían de poner los gobiernos debería de ser exquisito, rayano en la perfección. Nada nuevo.
Pero es precisamente en estos negocios, en estas máquinas de generar dinero, en muchos casos de origen público, donde menor es el rigor legislativo, donde mayor es la permisividad legal, donde mayor es la indefensión del ciudadano ante unas prácticas rayanas en la agresión y que no solo se permiten, sino que incluso intentan justificarse. Nada nuevo.
Veo con espanto que cualquier ciudadano puede verse privado de agua, de luz o del gas necesario para la calefacción ante un conflicto de pago. Si la compañía suministradora se equivoca en su facturación o por un defecto en su servicio se produce un abuso sobre el ciudadano este no tiene ningún camino válido para la inmediata restitución de su razón. No. Primero tiene que pagar el servicio en conflicto, si es que puede, y luego reclamar y ya se verá, o estará abocado a un inmediato corte en el servicio y la inclusión en unas vergonzosas listas de pretendidos morosos que no son nada más que otra demostración de fuerza, y una práctica permitida de chantaje,  respecto al ciudadano y su indefensión más absoluta. Nada nuevo.
Pero de todos estos negocios hay uno que está alcanzando la perfección en sus sistemas de generación de beneficio que ya sobrepasan no solo la ética más elemental, sino el sentido común. Uno que está logrando financiar su propia reducción de plantilla a base de gravar sus servicios más elementales y conseguir que el cliente de a pie renuncie a ellos y por tanto vayan sumiéndose en el olvido. Y esto si es nuevo.
Hablo de los bancos que tras su inmoral, aunque legal, actuación en el tema inmobiliario, en el sensible tema de los embargos y su inmenso beneficio en el mismo, han  ideado una nueva forma de financiar su propia reducción de plantilla ante el silencio oficial, el silencio de los afectados que jamás protestan por unas prácticas, no sé si dudosas o directamente intolerables, ante las que se ven sobrepasados, maltratados, maniatados, y ante las cuales lo único que saben hacer es gritarle al de la ventanilla, al fin y al cabo otra víctima más del mismo sistema. Nada nuevo.
Me han pedido uno cincuenta euros por imprimir un extracto de movimientos de mi cuenta en una ventanilla, me han pedido dos euros por ingresar en efectivo en una cuenta que no es la mía, me han pedido uno cincuenta por reflejar un concepto en un ingreso si no era cliente, me han pedido un euro por ingresar en una oficina diferente de la mía, me han intentado impedir acceder a mi propio dinero porque mi tarjeta estaba temporalmente bloqueada, me han intentado cobrar cuota por una tarjeta que luego hacen imprescindible para el manejo diario de mi cuenta, me han… tomado el pelo en todos y cada uno de los bancos que he visitado últimamente y he tenido que tragar y pagar, sin ningún tipo de justificante o documento de soporte de lo pagado, si no quería enfrentarme a consecuencias más desagradables. Ya nada nuevo.

En definitiva, ante las grandes empresas  me veo impotente, abandonado por la razón, por la ley y por aquellos a los que supuestamente pago con impuestos su labor para evitar este tipo de situaciones, y que parecen cobrar más de ellos que de mi dada la defensa a ultranza de sus derechos y abandono sistemático de los míos. Desgraciadamente, nada nuevo.

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