sábado, 10 de enero de 2015

Yo también

Es difícil, por no decir imposible, sustraerse a comentar, sustraerse a lamentar, evitar condenar con rabia y frustración, todo lo sucedido en Francia como con rabia y frustración hemos lamentado durante años lo sucedió en España, en Inglaterra y en tantos lugares en los que la muerte llega por la incapacidad brutal de entender la convivencia entre los seres humanos.
He oído ya voces, con toda seguridad bienintencionadas, reclamando la cuota de responsabilidad de esta civilización en tan lamentables historias. No es el momento. El momento es de condena para dejar claro que la muerte no es una solución, no es un bien negociable, no es un error recuperable. Las víctimas no son corresponsables de ninguna decisión que las pueda hacer culpables y por tanto son víctimas inocentes. Inocentes de la pretendida reivindicación por la que son asesinados e inocentes de la cobardía y barbarie de quienes no son capaces de luchar directamente contra el origen de sus ofensas, sean estas raciales, religiosas, económicas, políticas o una amalgama indeseable de todas juntas.
Es cierto que todas las historias tienen dos caras, en realidad tantas caras como protagonistas y posiciones, y que es conveniente analizar todas ellas como si fueran la propia para poder llegar a una duda razonable sobre cuál de ellas es la posición más asumible. Es cierto. Pero también lo es, y en esto sí que no tengo duda ninguna, es que, hoy por hoy, la muerte no tiene vuelta atrás y por tanto la posición del que muere queda indefensa frente al que mata y es por ello que el que mata debe perder de forma inmediata, de forma rotunda, de forma inequívoca toda posibilidad de defender la suya.
Lo único que lamento en este colectivo lamento es el hecho de que todos los días no nos levantemos con la comprensible indignación, con la justa indignación, con la furiosa determinación de anular a todos aquellos que a lo largo y ancho de este mundo matan a diario amparándose en una razón. No me importa que la razón se llame justicia, que se llame religión, frontera, petróleo o poder. Todo el que mata es un asesino y el que no lo condena, aunque nos conformemos con llamarle cómplice  (o llamarnos), también lo es.

Yo también soy Charlie Hebdo y miembro de una tribu perseguida y pertenezco a una etnia masacrada, y a un género maltratado y a una tendencia sexual incómoda y a un grupo político prohibido y… yo también fuera de mi país, e incluso dentro, puedo ser una víctima. Todos los que defendemos un ideario, todos los que pretendemos tener conciencia y posicionarnos podemos ser, somos potencialmente, una víctima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario