Es difícil, por no decir
imposible, sustraerse a comentar, sustraerse a lamentar, evitar condenar con
rabia y frustración, todo lo sucedido en Francia como con rabia y frustración
hemos lamentado durante años lo sucedió en España, en Inglaterra y en tantos
lugares en los que la muerte llega por la incapacidad brutal de entender la
convivencia entre los seres humanos.
He oído ya voces, con toda
seguridad bienintencionadas, reclamando la cuota de responsabilidad de esta
civilización en tan lamentables historias. No es el momento. El momento es de
condena para dejar claro que la muerte no es una solución, no es un bien
negociable, no es un error recuperable. Las víctimas no son corresponsables de
ninguna decisión que las pueda hacer culpables y por tanto son víctimas
inocentes. Inocentes de la pretendida reivindicación por la que son asesinados
e inocentes de la cobardía y barbarie de quienes no son capaces de luchar
directamente contra el origen de sus ofensas, sean estas raciales, religiosas, económicas,
políticas o una amalgama indeseable de todas juntas.
Es cierto que todas las historias
tienen dos caras, en realidad tantas caras como protagonistas y posiciones, y
que es conveniente analizar todas ellas como si fueran la propia para poder
llegar a una duda razonable sobre cuál de ellas es la posición más asumible. Es
cierto. Pero también lo es, y en esto sí que no tengo duda ninguna, es que, hoy
por hoy, la muerte no tiene vuelta atrás y por tanto la posición del que muere
queda indefensa frente al que mata y es por ello que el que mata debe perder de
forma inmediata, de forma rotunda, de forma inequívoca toda posibilidad de
defender la suya.
Lo único que lamento en este
colectivo lamento es el hecho de que todos los días no nos levantemos con la
comprensible indignación, con la justa indignación, con la furiosa
determinación de anular a todos aquellos que a lo largo y ancho de este mundo
matan a diario amparándose en una razón. No me importa que la razón se llame
justicia, que se llame religión, frontera, petróleo o poder. Todo el que mata
es un asesino y el que no lo condena, aunque nos conformemos con llamarle
cómplice (o llamarnos), también lo es.
Yo también soy Charlie Hebdo y
miembro de una tribu perseguida y pertenezco a una etnia masacrada, y a un género
maltratado y a una tendencia sexual incómoda y a un grupo político prohibido y…
yo también fuera de mi país, e incluso dentro, puedo ser una víctima. Todos los
que defendemos un ideario, todos los que pretendemos tener conciencia y
posicionarnos podemos ser, somos potencialmente, una víctima.
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