viernes, 16 de enero de 2015

Ver para creer

Acabo de escuchar en las noticias, con gran alivio, que por fin se penaliza la zoofilia. Por fin podré dormir con tranquilidad sabiendo que el alma inmortal de tantos pecadores se salva gracias a la intrépida, lúcida, histórica iniciativa legislativa del gobierno.

Había oído, con gran consternación e incredulidad por mi parte, que la sociedad reclamaba por la regeneración democrática, por una educación eficaz, por una sanidad universal o incluso por dislates tales como el paro o la economía. Afortunadamente el gobierno con una preclaridad que lo dignifica y enaltece, y seguramente confiado en la ya definitiva recuperación económica, ha decidido incidir en la salvación de las almas eternas y olvidarse de las miserias temporales de los cuerpos.

Bueno, eso y darle una alegría a ese incansable, noble, esforzado y también preclaro, grupo de presión que tanto pelea por los animales, y tanto se olvida de las personas y la realidad, como es el grupo de defensa de los animales.

Claro, se me ocurre ahora, reflexionando, en el coste que tendrá la nueva ley en reformas necesarias en los juzgados. Porque, pensándolo con calma, para acusar a alguien tendrá que haber una pillada in fraganti o una denuncia del animal en cuestión. Y si es por denuncia el denunciante tendrá que declarar y harán falta en las salas del juzgado perchas, corrales, cercados, jaulas, ramas, estanques y comederos adaptados a los distintos tipos de alimentación. Y traductores, harán falta cientos de intérpretes del reino animal que ilustren a los jueces y fiscales sobre el contenido exacto de las declaraciones.

Ah¡, ya veo, tonto de mí. Es una medida con un trasfondo económico claro.

La de cientos de puestos de trabajo que se van a crear. Academias para los abogados que se especialicen en rebuzno normalizado o en cacareo de gallina sureña. La de cientos de psicólogos periciales expertos en psicología aplicada al pato o la vaca que puedan aclarar a la judicatura la perniciosa influencia del nuevo delito en la vida del pobre bicho… Ver para creer.

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