Está muy extendida la costumbre
de buscar culpables ante cualquier desaguisado público, o privado, da lo mismo.
Pero tras lo ocurrido el domingo yo creo que lo complicado es buscar inocentes.
Vaya por delante mi vergüenza
como simpatizante del Atlético de Madrid, mi vergüenza como gallego, y como
español e incluso como ser humano, o, en casos como este, como pretendido ser
humano.
Esta crónica no lo es de una
muerte repetida si no de un fracaso global de la sociedad, de sus valores, de
sus motivaciones, de su educación –de formación ya hablaremos-, de su capacidad
de cuidar y proteger a aquellos que exprime inmisericordemente con la excusa de
darle unas contraprestaciones que en este caso se descubren inexistentes.
Y ya que la tendencia es buscar
culpables yo, por una vez, me voy a unir al ballet de dedos acusadores. Acuso a
los políticos, no a los actuales, no, a todos aquellos cuya irresponsabilidad e
intereses partidistas han permitido una sociedad inadaptada, inculta a pesar de
la información disponible y radicalizada en sus posturas. Acuso a los clubes de
futbol profesionales que en su búsqueda de títulos y preeminencias olvidan los
valores deportivos. Acuso a los clubes no profesionales, incluso a aquellos de
categorías inferiores, infantiles, alevines, juveniles, no importa la edad, cuyos
directivos, jugadores, entrenadores y seguidores están más preocupados por la
victoria que por la competición y no reparan en medios ni en formas para
conseguirlas. Acuso a las peñas forofas, sectarias, a todas aquellas capaces de
acoger a personas que se pronuncian de forma violenta e irracional respecto a
los contrarios, e incluso a los propios, para mayor jolgorio y placer de los
circundantes. Acuso a aquellos que promueven o difunden frases como: ”el futbol
es un deporte de contacto”, o “de hombres”, o “esto son cosas del fútbol”, para
justificar actitudes injustificablemente violentas en el transcurso de un
partido. Acuso, y mucho, a aquellos actores, muy malos actores, que gritan, se
retuercen y simulan lesiones inexistentes para exacerbar los ánimos de los
propios y de los ajenos y sacar beneficio de una trampa flagrante. Acuso a las
federaciones que lo permiten y a los “aficionados” que se lo ríen.
Acuso, en fin, a una sociedad
mediocre, frustrada, cobardemente violenta, mal dirigida, ávida de logros sin
importarle como conseguirlos, carente de los valores más elementales y sin
interés en ellos.
Y como en este comentario no son
inocentes ni siquiera los culpables, acuso a los bárbaros capaces de citarse a
darse leña sea con la motivación que sea. Aunque permítaseme otorgar la medalla
al mérito de la Estupidez Absoluta, a aquellos de entre ellos que hayan entrado
en una pretendida madurez. Para aquellos que además tengan obligaciones
familiares ya no me quedan distinciones, pero si mi desprecio más absoluto. No
quiero pensar en la educación que pueden inculcar en sus hijos.
Ya sé que no es moralmente
asequible, pero ¿y encerrarlos a cal y canto en un recinto amplio y con armas
suficientes a su alcance? Me acuso de deseos impuros. Nos acuso.
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