jueves, 16 de enero de 2014

La Cerca Trágica

Se me ocurrió inocentemente, con la inocencia que mis 60 años provee, hacer una ligera incursión en un comentario sobre nacionalismo e independencia en una red social de cuyo nombre no me da la gana de acordarme publicado por un querido amigo. Lo único que pretendí aportar con mi comentario fué la visión de que el nacionalismo no tiene por qué ser excluyente, ni siquiera reivindicativo, que el nacionalismo, si no es político, puede ser algo tan íntimo, propio, emotivo, como lo son todos los sentimientos y eso no implica el desprecio de los otros o crear, por pertenencia o por cabaña, un status de inferioridad para todos los que no se encuentren dentro de los límites que se establecen para ese grupo elitista en concreto.
De hecho ese establecimiento de características distintivas con afán de corralito me parece, sea étnico, cultural o de jugadores de ajedrez, básicamente perverso. Toda diferenciación gregaria lleva a la integración de individuos cuyos únicos objetivos son medrar y guarecerse en un grupo al que llevar sus frustraciones y convertirlas en menosprecio a los demás y generalmente violencia. Y además suelen ser al final los que más destacan. Ejemplos, a barullo, hinchas de un equipo de fútbol, manifestaciones que acaban siendo algaradas… Al final si se aislara a los que han generado los problemas se podría comprobar que son ideológica y moralmente planos, que están allí como podrían estar en cualquier otro lugar que le hubiera dado cobertura a sus ansias de negatividad.
Pero volvamos al principio. Mi inocente aportación generó de inmediato un comportamiento respecto a mí de descalificación y de insulto. De descalificación mediante la adjudicación de etiquetas que me colocaban en el lado de los “malos” o insinuaban mi afiliación a oscuros espacios de nacionalismo “exterminante”, y que evitaban a los emisores tener que aportar razones para rebatir a semejante monstruo. Y de insulto con calificaciones como ”sociomierda”, que la verdad me hizo hasta cierta gracia, seguramente por mi incapacidad de identificar a que se refería.
Tanta inquina, tanta violencia mal contenida, tanto afán descalificatorio y exclusivista me llevaron a recordar una novela leída hace muchos años. “La Cerca Trágica” de Zane Grey, recrea, como muchas novelas de Marcial Lafuente Estefanía y tantos otros autores de novelas del “oeste”, el episodio en el que los grandes ganaderos deciden cercar sus posesiones con alambradas, sin cuchillas en la época, para evitar a los cuatreros y preservar los recursos de sus posesiones para sus propias ganaderías. A ellos se oponían los que consideraban que esas “fronteras” solo obedecían a intereses ocultos, evitar el libre tránsito del ganado, gestionar sin cortapisas recursos hidráulicos para su propio beneficio y evitar que otros utilizaran pastos aunque a los propietarios no les fueran necesarios. Y la verdad es que tanto los argumentos esgrimidos, como los ocultos, como los medios para llevarlo a cabo me suenan. Se me parecen sospechosamente a actuales debates.
Defienda cada uno lo que quiera, sea cada uno lo que le pete, ensalce y preserve cada uno lo propio con superlativos absolutos, pero olvidándose de los comparativos y los diminutivos, y los insultos, para aquello que es de los otros. Amar lo propio no tiene, no debe, en realidad no resiste, el menosprecio de lo ajeno. Construir fronteras, cercas, no lleva más que al aislamiento de unos respecto a otros, y solo los más irracionales acaban estando “dentro”
En una última pirueta reflexiva recuerdo que cuando visito algún zoológico siempre me queda la duda de si los que están dentro de las jaulas perciben que están encerrados o creen que somos los visitantes los finalmente “visitados”, los que carecemos de libertad. ¿De qué lado de la cerca, de la jaula, de la frontera, está la libertad? Yo creo que mientras exista una sola frontera en mi mente, en mi país, en mi planeta, en mi universo, la libertad será un concepto en entredicho. En realidad un concepto anhelado pero tan utópico, a día de hoy, como lo son la igualdad, la fraternidad o cualquier otra virtud de ámbito universal.

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