Hay frases que de tan utilizadas
no se dicen, se “sueltan”. Son esas frases que pertenecen a alguna suerte de
liturgia. Son frases cuyo origen fue un sentimiento, un conocimiento o
simplemente un acontecimiento social.
Es una lástima que en esta
cultura que nos hemos procurado la sabiduría, el saber ser y estar que suponen esas
frases se haya perdido al mismo tiempo que nuestros abuelos, conocedores
profundos de toda esa enciclopedia del saber popular, de la sabiduría parda, y,
lo que es más importante, conocedores suficientes del origen y circunstancias
que llevaron a su primer enunciado. Los hogares ahora carecen de fuego, la
calefacción central permite que cada uno esté en un rincón diferente de la casa.
Ya no nos congregamos alrededor de la única fuente calor que entonces había,
momento que se aprovechaba para transmitir las historias y el conocimiento. En
el mundo actual, tan tecnológico, tan avanzado, tan moderno, en el que cada uno
tiene su habitación, su televisión, y los abuelos viven en sus casas, en sus
pueblos –o no, pero lejos- o en sus residencias, no tenemos a nadie que nos
recuerde ese refrán, ese dicho, esa frase que es la adecuada para las
circunstancias de ese momento y entonces “soltamos” una frase que recordamos. A
veces la frase es la correcta aunque sea hueca, otras veces nada tiene que ver
con la vivencia y otras, y no menos escasas, que suenan parecido a las
originales pero no tienen ningún sentido.
Supongo que por este motivo
llegan “a buenas horas los boinas
verdes”, es imposible comparar a “las churras con las meninas” e incluso no soy capaz de imaginarme como son las “auroras
laborales” –tal vez algún
sindicalista…-.
¿Y a qué viene esta monserga
entre compungida, añorante y resignada?
El otro día se murió el perro de
un amigo. Yo ya he comprobado que los perros de mis amigos no son mis perros,
ni siquiera mis amigos, son solamente sus perros y yo procuro respetar en todo
lo posible sus afectos. Pero cuando oí de labios de alguien cuanto lo sentía
comprendí que yo por el perro no lo sentía en absoluto, pero sí que como buen amigo
lo acompañaba, al dueño naturalmente, en su sentimiento. Es decir que
comprendía su sentimiento y yo estaba allí por él, ni lo compartía, que no sé
cómo hacer porciones de sentimientos, ni lo sentía como propio.
Y dándole vueltas me he dado
cuenta de que comparto mi desilusión, mi desengaño, mi tristeza con algunos
otros congéneres que ven como algunos pocos nos manipulan, nos hacen fracasar ética
y económicamente y encima nos llaman tontos
.
Pues eso, que los acompaño en su
sentimiento. A los tontos, claro.
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