domingo, 6 de febrero de 2022

Cartas sin franqueo (LIV)- El encanallamiento

 Posiblemente tengas razón, aunque yo no lo vea así, y el encanallamiento de la vida española sea una consecuencia del desastre político al que asistimos a diario, pero, y voy a intentar razonarlo, ese movimiento de degradación pública y privada, del que tú tienes tan claro el flujo, puede producirse justo al revés. Es más, puede que sea un movimiento de vaivén en el que cada oscilación aumenta el encanallamiento del anterior.

Porque de eso se trata, de encanallamiento, de una pérdida de valores personales y colectivos, públicos y privados, que afectan directamente a los dos valores principales que sostienen a los demás, la libertad individual y la democracia institucional, y ambos, la calidad actual de ambos, deja mucho que desear.

Pero hablar de la consecuencia, sin hablar de síntomas y caminos, es poco más que una falacia. No se llega a la situación actual sin un recorrido culpable, sin una dejación de responsabilidades, sin una ceguera pertinaz, consentida y jaleada, sin una aplaudida falta de autocrítica. Pasar del fanatismo a la desfachatez, y a la exhibición y presunción de impunidad, con la que asistimos todos los días a aconteceres públicos, semipúblicos y privados, a acciones absolutamente aberrantes, que intentan presentarse como necesarias e, incluso, como beneficiosas para la sociedad, cuando es evidente que su falta de ética es tan perversamente dañina que enmascara cualquier posible beneficio de otro tipo, es una camino que ha de hacerse, que se ha hecho.

Tú sostienes, y es en lo que no vamos a estar de acuerdo, que el encanallamiento de la vida cotidiana es consecuencia del de la vida pública, política, y yo no estoy de acuerdo por los motivos que ya te dije. Es tal el nivel de encanallamiento en el que nos hemos acostumbrado a vivir, entre mentiras, corrupciones, medrajes, mediocridades ensalzadas y desfachatez para asumirlas sin complejos, ni responsabilidad, que hablar de libertad es una entelequia, y hablar de democracia es solo otra mentira.

El camino se inició, el de la desfachatez, el del autoritarismo mentiroso, el de la mentira que justifica los actos, allá por el gobierno de Aznar, durante el cual la corrupción, y no solo del partido en el gobierno central, también de los gobiernos autonómicos de todos los colores, se empezó a enmascarar con gestos de sobreactuación cómplice, y esa corrupción le sirvió a Zapatero para iniciar un periodo de frentismo radical que aún no hemos podido superar, y que llevó a un episodio tan chusco, lamentable y degradante, como el famoso debate de Solbes negando, con fines electorales, una crisis mundial que fue el detonante de una crisis nacional de dimensiones catastróficas para la economía del país. Y esta crisis, a su vez, fue la excusa perfecta para un gobierno, el de Rajoy, basado en el tancredismo y el autismo institucional, ciego y sordo a cualquier objetivo que no fuera el económico y a cualquier medio que no fuera el recorte de derechos y servicios sociales, todo ello rodeados de escándalos de corrupción de los que no salía otra responsabilidad que la del directamente acusado, la impunidad como referencia de las altas jerarquías del partido, lo que llevó a un clima irrespirable, que bien trabajado  posibilitó la irrupción de una nueva fase, de un ¿líder? cuya máxima es que cualquier daño ético ya lo curará el tiempo y cuya falta de verdad, de valores y de humildad nos han llevado al estado actual, en el que la democracia es una palabra, la libertad se mide por la capacidad de hacer lo que nos da la gana y la ética solo se aplica en modo comparativo. Y ese camino desemboca en una de las épocas más oscuras, democráticamente hablando, y desmoralizantes de la historia reciente de nuestro país. Si te sirve como ejemplo, el mercadeo y final chusco de la reforma laboral, pactada por un gobierno de limitada representatividad, que no avalan los socios que lo llevaron a gobernar, y unos supuestos representantes sociales que solo representan a una ínfima parte del entramado laboral español (hablo de números reales, no de conceptos deformables), a espaldas de las verdaderas necesidades de un momento difícil, y vendida como un compromiso, falso compromiso ya que el compromiso era otro, de los partidos en el gobierno con sus votantes, sabiendo, porque lo sabían, desde antes de comprometerse, que no tenían ninguna posibilidad de  derogar la ley anterior en el entorno globalizado en el que vivimos.

Y así leído, así planteado, tú tienes razón, pero si lo examinamos con un poco más de perspectiva, si abrimos nuestro espectro de visión para hacerlo más amplio, podremos observar un fenómeno paralelo, un poco anticipativo, que permite este proceso degradante que estamos viviendo, que justifica el populismo que nos está dominando y que conlleva que no nos quede, ni siquiera, la palabra.

Pensemos una cosa, José María Aznar es, de facto,  el primer representante no histórico de los partidos mayoritarios, el primer presidente del gobierno ajeno al proceso constituyente, ajeno a la transición, y, a partir de él, todos los demás tienen esa misma característica. Todos tienen ese algo en común, algo que no habían tenido los anteriores: gobiernan para sus partidos, o para ellos mismos y su cúpula, no para el país, no con un proyecto de estado. Gobiernan según sus programas, o no, pero siempre de espaldas a las necesidades cotidianas, del pueblo llano, de los no militantes.

Hay dos procesos populares que contribuyen de forma determinante, si no son el origen, de esta incapacidad de asumir las responsabilidades, de este criterio de que mentir soluciona cualquier error, de que hacer lo contrario de lo que se ha comprometido se soluciona con aplausos, con adhesiones inquebrantables, con la ignorancia, o prohibición, de la crítica. El primero son las elecciones primarias, que tan de moda democrática se han puesto y que significan, ni más ni menos, que el candidato elegido es aquel que más puede encender la pasión fanática de los militantes. Nadie piensa en el país a gobernar, nadie piensa en las propuestas políticas del candidato, nadie exige la viabilidad o capacidad de hacer viables esas propuestas, solo importa despertar el fervor de la masa, el populismo. El segundo factor es el fanatismo, seguramente el más dañino y degradante de los factores, porque elimina la capacidad de autocrítica, la capacidad de rigor ético, de una fuerza política.

Si la verdadera democracia reside en el pueblo, que es al mismo tiempo objeto y garante de esa democracia, que es al mismo tiempo sujeto de los derechos que sus representantes tienen que defender, y censor de las malas actuaciones de esos gobernantes, y ese pueblo, en el caso de los partidos sus militantes y simpatizantes, renuncia a esa censura, encanallado en un fanatismo que ampara cualquier actuación de los suyos, la democracia ha dejado de existir, y el gobernante entra en una frase de impunidad, de desfachatez, de encanallamiento.

Y ahí estamos, en el fanatismo, en el forofismo, en la mentira, en el autoritarismo, de momento temporal, en el populismo, en los falsos valores, en la mentira sin consecuencias, en la impunidad, en la desfachatez, en, en definitiva, el encanallamiento del que te hablaba.

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