Hablemos de estadística. Hablemos del contenido principal, desde hace ya meses, de los informativos, sean escritos, hablados o televistos. Hablemos de una técnica derivada de una ciencia, que en el momento que se usa, y según como se haga, deja de ser exacta.
En estos casos es pertinente, en
primer lugar, consultar el diccionario para asegurarnos que todos hablamos del
mismo concepto, de la misma acepción:
“1. f. Estudio de los datos
cuantitativos de la población, de los recursos naturales e industriales, del
tráfico o de cualquier otra manifestación de las sociedades humanas.
2. f. Conjunto de estos datos.
3. f. Rama de la matemática que
utiliza grandes conjuntos de datos numéricos para obtener inferencias basadas
en el cálculo de probabilidades.”
Si analizamos con cuidado las
tres acepciones que reconoce la RAE, ya empezamos a asomarnos al abismo del que
pretendía hablar en esta ocasión, a ese abismo que abre el uso inadecuado de la
estadística, a ese abismo que sugiere el famoso chiste estadístico, ese que
plantea que si entre dos personas se comen dos pollos, estadísticamente se han
comido un pollo cada una, aunque en la realidad uno se haya comido los dos
pollos y otro ninguno.
Acepción 1: Estudio de los datos
cuantitativos de la población. Eso significa, en román paladino, que si la
población no está bien elegida, no es suficientemente numerosa y significativa,
el resultado será tan poco significativo como la población elegida. Cuanto
mayor sea el número de sujetos incorporados al estudio, más posibilidades hay
de acercarse a los datos correctos, cuanto más diversas sean sus tendencias,
más representativa de una población más amplia será la población de muestra. También,
y es muy importante tenerlo en cuenta, influye en los datos finales la cuestión
planteada para requerirlos, y la forma de plantearla, ya que cuanto más se
induzca una respuesta menos válida será la misma. Elemental, querido Watson.
Acepción 2: Los datos se suman y
son ciegos, aún no tiene interpretación, ni significado. Son solamente unos datos
que obedecen a unos requisitos de planteamiento y sus reacciones posibles ante
ellos.
Acepción 3: fíjense con qué
cuidado exquisito el diccionario evita hablar de resultados, de conclusiones,
de certezas. Habla de inferencias, habla de cálculo de probabilidades, habla,
sin mencionarlo, de interpretaciones, porque ya depende de cómo y quién
presente los datos para que estos digan una cosa u otra, incluso la contraria.
Aquí, en esta acepción es donde realmente la estadística puede separarse de las
matemáticas y hacerse puramente especulativa, incluso manipuladora.
Así que podemos deducir con facilidad, cuando en
estadística queremos hacer comparativas, que son la base de la información
evolutiva, que necesitamos poblaciones homogéneas, planteamientos equivalentes
e interpretaciones idénticas. Cualquier desviación de estas consideraciones
solo lleva a la desinformación, claro que esta puede ser ignorante o culpable,
y eso ya queda a consideración del consumidor. Yo, cuando se habla de política
suelo tender a la desinformación culpable, o sea, para los que le cueste
entender, I N T E R E S A D A.
Tomemos como base de análisis
estadístico la información sobre el COVID-19. No voy a hacer ninguna
aseveración, solo quiero compartir preguntas, ya que el interés de este escrito
es inquirirme y compartir mis dudas, no analizar ni concluir sobre las posibles
respuestas.
Distingamos dos fases en la
información, como dos fases parece haber habido en la información de la
enfermedad. Analicemos la integridad de los datos en cada una de ellas y, ya
que se comparan, en esta comparativa.
¿Por qué en la primera fase solo
se hablaba del número de muertos y de la comparativa con otros países?
¿Por qué en la segunda fase solo se habla de contagios y de la
comparativa entre comunidades autónomas?
¿Por qué en la primera fase nunca
se utilizó una población homogénea con los países que se comparaba, ni se usaba
un ratio que fuera comparable? Lo lógico hubiera sido una forma de contar las
muertes igual en todos los territorios comparados, pero cada país utilizó su
propio sistema. Lo validable hubiera sido usar el ratio de muertos por cada x
habitantes, pero solo se usaba el número de muertos que al ser poblaciones
diferentes no es un ratio comparable. Que Rusia debería de tener más muertos
que Andorra no necesita de estadísiticas.
La agresividad del virus en la
primera fase es incuestionable, pero, pasada esa primera fase, ¿cuántos muertos
por encima de lo normal, que incremento de mortandad real, ha habido? Porque si
la media de muertos en los nueve primeros meses del año, en los últimos años
(dato del INE), por afecciones respiratorias es de cuarenta y cinco mil
personas y este año ha habido cincuenta mil, por poner una cifra, significaría
que el incremento de mortalidad es de cinco mil personas, es decir, que el
virus mata antes, pero apenas más, pero si la cifra de este año sobrepasa los
ochenta mil significa que el virus mata mucho y con rapidez. Pero estas cifras no aparecen en ningún sitio.
Tampoco es posible comparar los
ratios de contagio entre la primera y la segunda fase, ya que, y esto no tiene
ya remedio, en la primera fase solo se hacían pruebas de confirmación a los
ingresados y a los muertos en hospitales, mientras que las pruebas en esta
segunda fase se hacen a la población en general, incluso a aquella que no
presenta síntomas. Ante poblaciones estadísticas diferentes y metodologías
distintas no cabe comparación posible.
Hay muchas más preguntas,
muchísimas más, sobre este tema, pero no hay respuestas, y las respuestas que
hay parecen más destinadas a crear confusión y miedo que a aportar luz entre
una ciudadanía cada vez más incrédula que atribulada.
¿Cuántos muertos por enfermedades
víricas ha habido este año? ¿Cuántos por
la misma causa en años anteriores? ¿Cuántos en otras pandemias víricas anteriores?
Porque a lo mejor nos encontramos con que lo verdaderamente significativo del
COVID 19 es su virulencia inmediata en condiciones favorables, para él, claro
está, no su mortalidad en sí misma. Con que lo terrible del COVID 19 fue la
inhumanidad, la tragedia humana y familiar que se creó alrededor de su ataque,
más por razones de incapacidad, incompetencia y desconocimiento, que por
razones médicas.
Lo de las mascarillas en lugares
públicos, en condiciones normales, ya no es estadística, es tomadura de pelo,
es conveniencia política (¿nadie ha observado que las medidas restricitivas,
salvo que sean en una comunidad gobernada por la derecha, son de izquierdas y
el cuestionamiento de las medidas, salvo en el mismo caso, son de izquierdas?,
¿es esto serio?) Sigo sin ver ninguna explicación real al hecho de que en
espacios abiertos la mascarilla tenga otra utilidad que la de aparentar, y más
cuando los que realmente tienen riesgo de difundir el virus por vía aérea son
los que están exentos de su uso: deportistas, fumadores y personas con
afecciones respiratorias. No es que sean más contagiosas, no es que sean
ninguna suerte de apestados, simplemente su forma de exhalar el aire de sus
pulmones permite una mayor capacidad del virus para mantenerse en el aire.¿ Hay,
en estos casos, una carga vírica suficiente para que el contagio sea efectivo?
No lo sé, y si alguien lo sabe, se lo calla, o no le permiten decirlo, que todo
puede ser. Lo que sí sé, porque me lo
han dicho, es que donde realmente hay riego de contagio es en los interiores,
pero ahí nadie usa la infausta prenda.
Lo que cada vez tengo más claro
es que esto no parece ser una guerra entre la economía y la salud, guerra que
parecen haber perdido ambos contendientes, sino una guerra entre la política y
la información, y esta también tiene perdedor conocido, todos nosotros.
A mí, personalmente, me
atemorizan todas las enfermedades, todos lo virus, bacterias y degeneraciones
celulares que nuestro cuerpo acoge, reproduce y nos devuelve en forma de
enfermedades de diferente gravedad, sobre todo los que aún no han llegado pero
están en camino, pero no hay miedo más profundo que el temor a cuales son los
objetivos de los que no me cuentan la verdad. Y para saber si me la cuenta, en
muchas ocasiones, me basta con mirar las
estadísticas, y no permitir que me las interpreten.
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