Hay momentos en los que hacer un
análisis es buscarse una depresión, by de face, que dicen los modernos. Entre
otros motivos, porque los análisis tienen un cierto cariz de momento en una
trayectoria, mientras que si lo que hacemos es un balance da la impresión de
que se está cerrando un ciclo y estamos recogiendo lo acontecido, aunque vaya a
haber un ciclo posterior.
A mí, al ponerme a pensar en las
próximas elecciones, me cuadra más la palabra balance que la de análisis. Algo
en el ambiente me quiere decir que nada va a ser exactamente igual después de
celebradas, que los votantes, hartos ya de estar hartos, van a tomar algunas
decisiones dolorosas para las necesidades del país, y otras que simplemente
anticipan cambios hace unos meses impensables.
Hay sones de música funeraria en
el ambiente. Mientras algunos líderes se frotan las manos y afilan los
cuchillos para dar los últimos tajos a la competencia no deseada en su espectro
político, otros empiezan a vislumbrar la necesidad de buscar un lugar de
retiro. Posiblemente de esta contienda perfectamente buscada, orquestada y
preparada con antelación, salgan un par de dolientes terminales directos, y,
por supuesto, como siempre, la democracia de nuestro país seriamente lastimada.
El bipartidismo, esa lacra de la
transición que arrastramos y que lastra nuestras ansias democráticas va ser la
gran triunfadora de las elecciones. Era difícil equivocarse tanto y lo han
logrado los llamados a regenerar la vida pública española. Era difícil mostrar
la incapacidad para sustraerse a la atracción del poder y anteponer las ansias
personales sobre las necesidades estratégicas del país.
Se equivocó, y no solo una vez,
Pablo Iglesias y sus ansias de sentirse parte del sistema que denuncia. Eso sí,
parte poderosa y dirigente. Se equivocó porque estaba tan ciego intentando
conseguir lo que quería que no tuvo ni ojos, ni reflejos, para ver la trampa
que le estaban tendiendo y cayó en ella sin pestañear. Y no una, dos veces.
El partido de Pedro Sánchez, ese
que usa las siglas del PSOE, lo fue llevando por el camino de unas
negociaciones en las que le iba mostrado una zanahoria de plástico, y ni
siquiera necesitó que el cebo fuera realmente creíble. La consecuencia final es
que Pablo Iglesias y su formación son los pardillos perfectos para justificar
unas nuevas elecciones y ser mostrados como los villanos necesarios que lo han
hecho inevitable. Ahora basta con agitar el fantasma de la abstención y el
fantasma del voto útil, y tenemos la mesa del Sr. Sánchez perfectamente
abastecida con parte de los votantes de Podemos entregados a la situación
retratada.
Y encima, por si fueran pocos,
parió la abuela, que dice el dicho, y le sale la competencia directa de su
espacio, de su ya escaso espacio, con la irrupción de Errejón que viene con la
lección aprendida en cabeza ajena, y una disposición a servir que, mientras no
sea servil, le aportará votos y apoyos. El tiempo nos hablará de su recorrido,
el mismo tiempo que en su transcurso nos hablará de la perdurabilidad del
proyecto Podemos o de su pervivencia como fuerza residual.
Pero con ser lo de Podemos la
crónica de un declive anunciado, puede que no sea la defenestración más
evidente, ni la más perjudicial para los votantes, ni la de mayor rango de
estupidez por ensimismamiento. Lo de Rivera y los suyos es de libro de los
records, de manual de como cargarse un proyecto a conciencia, de juzgado de
guardia, vamos.
Desde que UCD fue defenestrado
por el empuje del PSOE de Felipe González, España lleva buscando un proyecto de
centro que pueda reflejar las inquietudes de todos esos votantes no militantes
que buscan un equilibrio en el gobierno, en la forma de gobernar, de legislar y
de entender la sociedad real, que los dos partidos predominantes olvidan con
rigor, casi con rabia. Y todos ellos se han estrellado en lo mismo, en
priorizar la consecución de unos números que le permitan formar un gobierno
sobre la utilidad de usar los que tenga para intervenir de forma decisiva en la
toma de decisiones de gobiernos ajenos.
En una sociedad polarizada en
izquierda y derecha, con una historia reciente tan sangrienta y frentista, la
moderación de una formación de centro capaz de ser al tiempo árbitro, filtro y
equilibrio entre posiciones distantes es una labor que una gran cantidad de
votantes no ideologizados, o simplemente en posición de simpatizantes no
conversos, echa en falta.
Desgraciadamente los proyectos de
centro se han dado de dos en dos y se han declarado mutuamente incompatibles
desde el primer momento. Sucedió con el CDS de Adolfo Suarez y el PRD de Miquel
Roca. Este último muerto en las urnas en la primera convocatoria a la que
concurrió. Y también ha sucedido recientemente con el UPYD de Rosa Díez y
Ciudadanos de Albert Rivera, con los resultados, los desgraciados resultados
que todos conocemos.
Parece ser que la ambición de los
dirigentes de Ciudadanos les ha hecho perder el norte, versión más difundida,
o, y yo estoy convencido, son tan malos estrategas que siempre toman la postura
correcta cuando ya no es válida.
La cerrazón política a pactar con
el PSOE en una aparente estrategia de suplantar al PP ha llevado a muchos de
los votantes de esa opción política, y a no pocos dirigentes, a abandonar ese
barco y buscar nuevas opciones y a identificar a Ciudadanos como uno de los
mayores responsables de la repetición de elecciones.
El mayor valor de un partido de
centro debe de ser su capacidad de pactar con ambos espectros políticos sin
renunciar a sus convicciones, es más, aprovechar esa capacidad y su necesaria
participación para arañar logros. Y esa es su gran baza, esa debe de ser su
gran aportación a la sociedad.
Ahora el señor Rivera llega a
acuerdos con lo que queda de UPYD, unos años tarde, y se declara dispuesto a
llegar a acuerdos con la lista más votada, una convocatoria tarde. Una
convocatoria tarde porque puede que en estas elecciones la mayoría de sus
votantes les de la espalda en busca de una solución a la inestabilidad política
y no vea otra salida que la vuelta mayoritaria al bipartidismo.
Tal vez alguien debería haberle
explicado, a los estrategas de Ciudadanos, que los “votantes de toda la vida”
no cambian su voto ni aunque su país les vaya en ello. Cuestión de fidelidad
ciega que nada tiene que ver con las razones.
Supongo que toca esperar, a
partir del día siguiente a las elecciones, por los nuevos proyectos de centro.
A poder ser dos y que no lleguen a ningún acuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario