sábado, 23 de marzo de 2019

San Jorge versus Santiago


Repaso con parsimonia, con calma preocupada, las publicaciones, las redes sociales, hablo con amigos, con conocidos, escucho por la calle y todo lo que percibo va en la misma línea. Todo parece apuntar en la misma dirección.
¿Todo?, ¿Todos?, no, hay un colectivo, un colectivo de colectivos para ser más exactos, inasequible a la razón, a las razones que pintan un panorama preocupante. La clase política ha decidido, ante las señales percibidas en el exterior, hacer su propio análisis, montar su propia historia que, estudiada someramente, no se sostiene. 
Los resultados electorales holandeses deberían de ser un aldabonazo lo suficientemente potente como para despertar la razón más dormida. Los resultados electorales de Andalucía y las posteriores encuestas sobre las elecciones generales y autonómicas ya eran un aviso a navegantes lo suficientemente evidente como para que la preocupación hiciera recapacitar a los políticos y hacer que revisaran sus mensajes. Pero para que esto sucediera tendría que haber un interés que fuera más allá del inmediato de ganar unas elecciones.
Los partidos políticos, en un deriva absolutamente negativa, han pasado de ser unas maquinarias ideológicas, lo cual ya era suficientemente preocupante, a no tener más ideología, ni fin, que enfrentar o rebatir lo que haga o diga el partido de ideología contraria, y, finalmente, a ser unas organizaciones sin otro fin ni principio que la consecución del poder .
¿Y la representación de los ciudadanos? ¿Y las necesidades del país? Todo eso son cuestiones menores en las que reparar solo para servir al fin principal o, en todo caso, a tener en cuenta una vez alcanzado el poder y como forma de perpetuarse en él. Creo que se llama populismo.
Yo sí veo con preocupación, con mucha preocupación, cómo una derecha radical se hace con el control de una cámara de representación en Holanda. Cómo en Francia, o en Italia, o en varios otros países, esa misma tendencia ideológica bordea la mayoría de los votos. Y con esa desazón creciente vuelvo mi mirada a mi país y lo único que contemplo es a una serie de líderes de pacotilla viendo como servirse de esa situación para sus propios, miserables y autistas fines.
La ineficacia, la estulticia, la interesada indignación, la permanente dejadez conveniente de los estamentos políticos con el continuado desafío catalán alimenta de votantes las expectativas de Vox. Las acusaciones de una izquierda obsesionada con masacrar a la derecha y desmembrarla hacen que las cifras de intención de voto de Vox crezcan sin medida. La soberbia de exhibir una superioridad moral que solo es aceptable desde la misma escala moral, y ni siquiera, o desde una perspectiva de educación moral de una sociedad que no desea ser educada moralmente, no al menos por los políticos, acaba de hacer una campaña eficaz para los intereses de Vox.
Casi se podría decir, y es un casi poco convencido, que Vox no existiría sin el conflicto catalán. En realidad sí se puede afirmar con rotundidad que Vox no alcanzaría las cifras actuales de expectativa de voto sin el conflicto catalán y el posicionamiento respecto a él de los partidos políticos.
El choteo, permítaseme el uso de esta expresión tan coloquial, con los símbolos independentistas y la Junta Electoral no hace más que poner en evidencia un vodevil sin ninguna gracia que exaspera y radicaliza a los ciudadanos  de a pie que contemplan indignados como unos cargos pagados con sus impuestos se dedican a poner en solfa al estado y toda su maquinaria. ¿Exagerado? No, que va, he dicho a poner en solfa y no a poner en ridículo que es lo que realmente pienso.
¿Y el gobierno que piensa? Lo que la campaña electoral en ciernes permita sin poner en cuestión la posible alianza que después de las elecciones puede necesitar. ¿Y la oposición? ¿Qué opina la oposición? Pues radicaliza su mensaje en un intento desesperado por evitar una sangría de votos por su costado más radicalmente conservador, en el caso de la derecha, haciendo sangrar su costado más moderado. Y en el caso de la izquierda más radical, se pone de perfil porque su permanente enfrentamiento con el concepto de estado, de país, constitucional, le impide ahora mismo maniobrar con la soltura y coherencia necesarias en el tema.
¿Y los catalanes? ¿Qué opinan los catalanes? Pues ahora mismo hay dos posibilidades de opinión en Cataluña y las dos tienen aproximadamente la misma fuerza. Una mitad no importa lo que piensa porque las instituciones han decidido que no existen, y que en caso de que existieran peor para ellos, y la otra mitad solo piensa en un enfrentamiento permanente y sin futuro con el resto del país, no importa el coste, no importa la razón, no importa la ley, solo importa un fantasma agitado interesadamente por una cúpula política en busca de sus propios fines y que va quemando naves, que debieran de ser de las dos mitades, en su empecinamiento.
¿Y a quién favorece la postura? Pues a la extrema derecha, a la derecha más radical y dañina de la que Vox es en España solamente un tímido representante. A la extrema derecha internacional y añorante que ve como una izquierda sin norte y cada vez más hundida en su ideología y en una posición de aislamiento respecto a las cuitas populares le hace su campaña para lograr una ruptura  de una Europa unida e incómoda para todas las fuerzas retro conservadoras que van floreciendo por el resto del mundo. Que ve como una derecha sin ideas y llena de complejos radicaliza sus posturas acercando cada vez más a sus votantes al caladero del que pretende huir.
Tal vez alguien me llame exagerado, pero baste con comprobar de donde parten los pocos apoyos internacionales que el proceso catalán ha logrado sumar a su causa. Sí, efectivamente, de los partidos de derecha radical que van floreciendo en la UE, de los senadores y  políticos más conservadores de EEUU, de la siempre maniobrante y sibilina diplomacia rusa, directamente o por interpuestos.
Aunque yo creo que hay otro culpable que queda claramente señalado por los acontecimientos, hablo de San Jorge. No puede ser casualidad que los dos focos más graves del retroceso amalgamador que supuso la imperfecta UE le sean afectos. Si, si, Saint George patrón del Brexit, San Jordi patrón del Procés, así que tan poco es tanto disparate decir aquello de “Santiago y cierra España”, a ver si en las alturas pueden resolver lo que a pie de calle no parece que se pueda, no parece que se quiera, resolver, y lo hacemos antes de que lo diga Vox y nos deje sin representante  al que acogernos en esos mundos de dios, porque lo que diga Vox lo carga el diablo y ya no es utilizable. Véase, como ejemplo, la bandera. Santiago, y que cierre la cordura sin ideología, o sea España.

lunes, 18 de marzo de 2019

Viviendo en la distopía


¿Todo es económico? ¿Todos es social? Desde luego lo que sí está claro es que no todo es político, al menos desde la perspectiva de la identidad política/ideología en la que vivimos. Porque la política se ha convertido en un extraño ejercicio en el que una serie de personas imbuidas de una supuesta ideología le dicen a los ciudadanos administrados lo que tienen que pensar, cuando, con que palabras y con qué fines.
Pero la política no es eso, la política, al menos originariamente, sería la voluntad de solucionar los problemas de los administrados. Sí, es verdad, en el momento de enfocar esas soluciones cada uno lo hará según sus convicciones, y eso llevará a que los votantes elijan a uno u otro. Pero no es eso lo que estamos viviendo, cada vez menos. No importa lo que opinen los administrados, ni sobre que temas, solo importa esa opinión que se les permite emitir una vez cada cuatro años. A partir de ahí barra libre para el vencedor, que, como bien sabemos, son todos.
La primera consecuencia de esta situación es una sociedad triste, una sociedad desesperanzada que va cauterizando sus desilusiones y sumiéndose en una fatal indiferencia porque sabe que nada de lo que suceda le afecta salvo que sea para mal, y cada vez es más consciente de que no sabe cómo recuperar lo que nunca estuvo en su mano, el control de los administradores.
Pero estamos mucho mejor que hace cien años. Indudablemente, disponemos de unos recursos, de un confort, de unas prebendas que ya hubieran querido los reyes de la edad media. Entonces ¿de qué nos quejamos? Pues no sé los lectores de este artículo, yo, personalmente, me quejo de lo que no tengo. Me quejo de lo que me quitan por lo que me dan, me quejo de un mundo en el que el individuo está cada vez más oculto tras la colectividad. Porque, reflexionemos un poco, ¿la mejora de la colectividad supone una mejora global de los individuos? Y lo que nos falta ¿es inalcanzable?
Es espectacular contemplar los adelantos globales, la salud universal, la erradicación del analfabetismo funcional, la libertad proporcionada por la tecnología, la divulgación del conocimiento, sobre todo del no práctico. ¿Y a nivel individual? A nivel individual las campanas de júbilo se quedan afónicas día a día. En una sociedad donde la legalidad y la formación son las mayores carencias, unas carencias que se hacen palmarias según se acercan más a los estratos más bajos, más necesitados, con una más dificultosa accesibilidad. Unas carencias que no solo retratan una sociedad manipulada si no una preparación para la manipulación futura. ¿Existe algo más manipulable que un individuo sin formación? Sí, es difícil pero existe, un individuo que no espera nada más que transcurrir por un periodo vital sin carencias ni sobresaltos.
¿Qué percepción de la sociedad pueden tener los ancianos que tras una vida de trabajo se ven abandonados, enfermos y sin recursos para solucionarlo? Que se ven solos en un mundo lleno de gente. Que se sienten transparentes ante unos funcionarios sociales en muchos casos, demasiados, más pendientes de las normas que de los problemas que se les presentan. Unos ancianos que se sienten agredidos por su propia endeblez, por su propia edad, por su propia debilidad que el colectivo ve como un inconveniente molesto, en vez de tratarlos con la dulzura, con la paciencia, con la consideración que su edad merecería.
¿Qué percepción de la sociedad pueden tener los niños, y los no tan niños, no seamos demagogos,  que son metidos en una patera y transportados a otras tierras,o en un campamento de refugiados, o en una fila errante interminable, mientras ven morir a los que están a su alrededor, porque los dueños de su país, que casi nunca son de su país, se quedan con toda la riqueza que ellos necesitarían para vivir razonablemente en esa tierra? La excusa es lo de menos: Pobreza, etnia o religión son dedos de la misma mano sin conciencia que mueve los hilos del mundo.
¿Qué percepción de la sociedad puede tener una persona a la que, viendo invadida su casa, la legalidad la trata como si todos los derechos fueran del invasor y la sume en una indefensión de facto? Ya, ya, que es que vivimos en una sociedad garantista, garantista desgraciadamente con el infractor lo que hace que el agredido sea además de víctima, sospechoso. La inviolabilidad del hogar es uno de los derechos fundamentales del hombre, individualmente, pero la sociedad actual no la garantiza, y el individuo lo ve, lo sufre y no entiende, pero la sociedad, los administradores, tiene otras preocupaciones que el ciudadano de a pié ignora. Ignorante¡¡
¿Qué percepción de la sociedad pueden tener los que desde la indigencia, desde la carencia parcial o absoluta de necesidades básicas contemplan cómo unos pocos se enriquecen más allá de cualquier límite razonable? ¿Cómo se practican la acaparación y la usura sin que se pongan límites a la desigualdad en el reparto de la riqueza? ¿Cómo estas prácticas condenan de facto a sus hijos a ser cada vez más pobres mientras otros nacen con la vida resuelta más allá de méritos o capacidades?
¿Qué percepción de la sociedad pueden tener las víctimas de violencia de cualquier tipo, género, edad, carácter, raza, tendencia sexual o religión, cuando ven como una burocracia indiferente a las necesidades del individuo se enreda, se enroca, se pierde en caminos que habitualmente desembocan en la muerte? No puedo concebir el infierno de estos dos últimos niños muertos en Valencia a pesar de las claras señales de alarma que su situación emitía.
¿Qué percepción de la sociedad puede tener el que recurre a la legalidad con la intención de restaurar sus derechos o solucionar situaciones de evidente injusticia y topa con un funcionario que no cumple con su función o unos recovecos ininteligibles, pero legales, o interpretados torticeramente, que lo sumen en el pasmo y en la indefensión?
¿Qué percepción de la sociedad pueden tener esos individuos que día a día, no importa donde, no importa por qué, se ven enfrentados a la dejación, a la incompetencia, al abandono, a la indiferencia de maquinarias burocráticas que inicialmente deberían de servir para evitarlo?
Sí, es verdad, globalmente vivimos en una sociedad con un nivel de confort, de libertad insospechados hasta hace poco. Pero el confort funciona como una mordaza y la libertad tiene todo el aspecto de ser vigilada. Al final, el lenguaje podría darnos las claves.
Si a los administradores se les llama gobernantes, si a los ciudadanos se les llama contribuyentes, si al acto de administrar se le llama poder, si la sociedad no reconoce a sus individuos, si la única percepción de lo que no funciona está directamente ligada a la implicación personal, entonces, más allá de las percepciones, solo somos reos de nuestra propia molicie y decadencia. Somos como muñecos de un futbolín que nos movemos, con los demás de la barra, cuando el jugador nos mueve.
Tenemos la costumbre, seguramente el cine tiene mucho que ver con ello, de asociar las distopías a la falta de luz. Craso error, también existen las distopías luminosas, por ejemplo: “Un Mundo Féliz”, o la que estamos viviendo día a día.

domingo, 17 de marzo de 2019

Del amarillo al amarillo


Hay veces que la historia, las historias que conforman la historia, ponen y quitan razones, proporcionan escenas incuestionables e incluso hacen pequeños guiños al humor, a la comedia de enredo, que de una manera inesperada retratan las situaciones con un ángulo inopinado.
De todo esto hubo ayer en Madrid, en la capital del reino según algunos, en la capital del fascismo hispano según otros, en la capital de todos los españoles según el ordenamiento jurídico vigente. De todo esto hubo entre lo que sucedió, lo que no sucedió y lo que, tal vez, algunos esperaban que sucediera.
Empecemos por lo que no sucedió
NO sucedió, que los demócratas auténticos que venían a inmolarse ante el ataque de las hordas fascistas dominantes en la ciudad de Madrid apoyadas por una policía represiva y violenta, según deduzco del discurso mantenido por los independentistas catalanes en los últimos meses, hayan sido molestados por las tales hordas babeantes e intolerantes.
NO sucedió, que las fuerzas políticas que se rasgaron las vestiduras cuando un grupo de personas de Ciudadanos, encabezada por la diputada catalana Inés Arrimadas, se manifestaron en Amer, considerándolo como una provocación, hicieran declaraciones en el mismo sentido en esta ocasión. Es más, me gustaría escuchar el razonamiento de alguno de ellos.
NO sucedió, que a nadie se le ocurriera iniciar una guerra de banderas, y no hubo más banderas españolas que las habitualmente colgadas en algunos balcones.
NO sucedió, que ninguno de los manifestantes que después de disuelta la manifestación se esparcieron por todo Madrid, algunos con su simbología bien visible y otros discretamente, fueran increpados o molestados de ninguna forma, ni que se sintieran coartados en su libertad. Me gustaría pensar que lo contrario también hubiera sucedido, lo de unos teóricos manifestantes madrileños por Barcelona, pero las últimas experiencias me lo desmienten.
No sucedió, que, salvo los manifestantes presentes y los virtuales, nadie con dos dedos de frente y unas intenciones limpias y coherentes, pueda mantener a día de hoy el discurso del pobre demócrata sojuzgado por el intolerante fascista.
SUCEDIÓ, con la misma normalidad habitual, con los mismos inconvenientes habituales para los residentes en la capital, con el mismo ambiente festivo que la cabalgata de carnaval o la del día del orgullo gay, que varias decenas de miles de catalanes venidos ex profeso para el evento se manifestaron por una de las arterias principales de Madrid, limítrofe con el Barrio de Salamanca por más señas, protegidos por la policía represora y ante la mirada un tanto indiferente de los habitantes de la capital sin que se conozcan incidentes reseñables.
SUCEDIÓ, que una vez acabada la manifestación los integrantes de la misma que lo consideraron oportuno se dispersaron por los barrios adyacentes de la capital y disfrutaron del ambiente de un sábado primaveral y de la visita a lugares emblemáticos de la cultura, incluida la gastronómica, de la capital.
SUCEDIÓ, que la normalidad entre demócratas de respetar y ser respetados se cumplió con absoluta normalidad, y no como una consigna, si no como una actitud cívica, que a las alturas que estamos ya me parece encomiable.
SUCEDIÓ, que por esas casualidades, que a veces acontecen y que seguramente nadie había previsto, ayer se celebró en el WiZinK Center de Madrid, lo que es el Palacio de Deportes de toda la vida, un concierto de Twenty One Pilots, grupo musical británico, al que asistieron varios miles de personas, la mayoría jóvenes (tal vez también jóvenas).
SUCEDIÓ, ¡oh casualidad de las casualidades¡, que casi todos los asistentes al concierto, y como símbolo distintivo, se equiparon con bandas adhesivas , lazos y cintas para el pelo, sudaderas y todo tipo de adornos de color amarillo, sin que a ciencia cierta se pueda suponer que esos adornos tenían nada que ver con el independentismo de la manifestación anteriormente celebrada.
SUCEDIÓ, que, a la salida del concierto y en plena vorágine amarilla, un probo ciudadano acompañado de su familia en un coche de alta gama, sintió hervir la sangre por la evidente provocación y bajando la ventanilla gritó un sonoro “..vaEssspañ…”, con esa cadencia tan característica de ciertas posiciones ideológicas y al que solo le faltó el coño preceptivo final, sin otro resultado que una cierta hilaridad entre los que entendimos el equívoco y sin que casi nadie alrededor entendiera a que venía aquello ni el pobre señor recibiera los abucheos o descalificaciones que esperaba al emitir su grito entre infieles.
SUCEDIÓ, que el independentismo catalán perdió ayer dos batallas: la de la normalidad democrática de acoger las ideas ajenas contrarias a las nuestras y la del simbolismo del color amarillo a manos de un grupo musical.
Los que sí hemos vivido bajo un régimen fascista, los que sí hemos sido reprimidos violentamente por intentar expresar nuestras ideas o, simplemente, por coincidir en el mismo lugar y a la misma hora con los que pretendían expresarlas, los que sí hemos tenido torturados o muertos en las represiones totalitarias, sean del signo que sean, y sabemos de propia mano lo que es el fascismo y como actúa, no debemos ni siquiera sentirnos ofendidos por los que han hecho de un sufrimiento humano intolerable un insulto cotidiano sin contenido.
Fascistas son, o tienen bastante riesgo de serlo, los que se lo llaman a otros para ocultar su propia incapacidad para aceptar las ideas ajenas. Fascistas son, o tiene bastante riesgo de serlo,  aquellos que intentan mediante el insulto silenciar el diálogo. Fascistas son, o tienen bastante riesgo de serlo, los que amparados en una verdad única e incuestionable se niegan a escuchar las verdades ajenas. Fascistas son, o tiene bastante riesgo de serlo, los que levantan fronteras, banderas, barreras o se creen diferentes en todo, o en parte, a los que los rodean. Fascistas son, o tienen bastante riesgo de serlo, los que reconocen los derechos propios y las obligaciones ajenas.
Esos sí son los fascistas, se adornen como se adornen, incluso con lazos amarillos, incluso con banderas nacionales, y lo que seguramente necesitan son unos cuantos hechos culturales que les arrebaten esos símbolos en los que ocultan su sinrazón y su ceguera.

domingo, 3 de marzo de 2019

En abril votos mil


En abril votos mil, pero hasta el cuarenta de mayo no te olvides de ir a votar. Así podría resumirse, parafraseando el refranero, el futuro electoral en España. Pero como no suele ser oro todo lo que reluce yo no me guardaría el carnet de ir a votar hasta que se acabe el año, no vaya a ser que volvamos a las andadas.
Y este arranque de realismo pesimista no es gratuito. Si se miran las encuestas y se palpa el sentir de la calle la imposible conciliación de los datos es evidente.  Es más, si escucha el rumor popular, que cuando el río suena agua lleva, y a continuación se leen las encuestas más rigurosas hay una discrepancia que apunta a una gran cantidad de indecisos, o de voto oculto, o de ambas cosas.
Remarcaba lo de encuestas serias porque en esta categoría no se puede incluir la del forofo Tezanos que ha convertido un organismo oficial, esto es de todos, en una dependencia de campaña del PSOE. Sus previsiones, sus increíbles previsiones, aún más increíbles desde las elecciones andaluzas, son para abochornar a cualquiera que pudiera tener relación con ellas. A lo peor al final nos da en la boca a todos, pero mientras tanto su CIS se ha convertido en una oficina electoral con desmedidos trazos de forofismo.
Los objetivos son claros en todos los casos, los populismos evidentes y el hartazgo de los votantes palmario. Cada vez más la sensación de desencanto en la calle es la más acusada. Cada vez los ciudadanos sienten más que se le está hurtando la posibilidad de vivir en una democracia real. Cada vez más los ciudadanos tienen la sensación de que salvo pinceladas todo seguirá igual salga quién salga. Si uno es corrupto, el otro quiere sacarte las mantecas vía impuestos. Si uno es quiere un liberalismo que sume a la sociedad en una desigualdad cada vez más insoportable, si legisla a favor de las grandes corporaciones y fortunas,  el otro quiere legislarte hasta la moral, intervenirte hasta tus pensamientos, controlarte hasta la asfixia, y no le importan los medios ni las consecuencias.
Yo diría que lo único que va a movilizar en este caso a los votantes es el problema territorial catalán. Que sin el desafío que suponen las actitudes nacionalistas y el hartazgo de la calle hacia sus posiciones el recuento de votos en estas elecciones duraría diez minutos, salvo que se quisieran votar una a una las abstenciones.
Los dos partidos hasta ahora mayoritarios viven de sus forofos, de ese suelo indestructible de votantes de pensamiento único a costa de lo que sea, incluso de validar la postura más erróneamente grosera, o más groseramente errónea, que tanto monta.
Los extremos populistas son gaseosas que se agitan y parece que van a hacer reventar la botella, pero una vez abierta pierden la fuerza a ojos vista. Su único valor es la capacidad de sumarse al descontento general e intentar representar su voz, pero esa representación es tan efímera como su capacidad de hacer algo que consolide su mensaje, que lo haga real. ¿Y si consiguieran hacerlo real? Pues como bien explicaba Don Mendo sobre el juego de las siete y media, “si te pasas es peor”, si lo consiguieran aún sería peor, porque los medios de los que se valdrían para conseguirlo no serían compartidos por la mayoría de los ciudadanos, incluidos en gran parte sus votantes.
Queda por saber cuáles pueden ser las capacidades de captación de ese nuevo intento de centro que en España es el rincón de los palos. Tras UCD, el nunca nato Partido Reformista y el CDS, Ciudadanos pretende ocupar ese espacio, que es, como toda línea divisoria, de difícil equilibrio sin caer hacia un lado o hacia el otro. Los ejercicios de funambulismo político nunca han tenido demasiado éxito, o al menos no demasiado largo.
Aquí ya nos hemos acostumbrado al poco democrático ejercicio de que el que pierde se tira a la calle a hacer lo más incómodo posible el gobierno del que haya ganado. Porque lo importante para todos ellos no es resolver los problemas del país, ni los problemas de los ciudadanos, no, lo más importante es ganar y ejercer de la forma menos democrática posible el poder.
Alguien, leyendo esto, me va a llamar pesimista. Pues sí, en este caso lo soy. En abril aguas mil, o votos mil, pero posiblemente siga lloviendo el resto del año.