viernes, 7 de enero de 2022

Los cuestionistas

Corría el año del señor de 1520, los españoles intentaban conquistar la capital de México mediante alianzas con tribus sojuzgadas, cuando un aliado inesperado, inesperado por los mexicanos que incluso ignoraban su existencia, inesperado por los españoles porque no contaban con él, vino en su ayuda, y allí se quedaría hasta 60 años después, hasta cuarenta millones de indígenas muertos después.

Mucho se ha hablado de los aguerridos descubridores españoles, que eran aguerridos, ciertamente, eran descubridores de lo desconocido por la civilización en la que habían nacido, sin duda, pero eran pocos y mal equipados para la colosal tarea que años, siglos, después podemos comprobar que acometieron. Pero no todos los que llegaron a América eran españoles. Por ser más exactos, no todos eran humanos, no todos ocupaban lugar en los barcos, o al menos, no todos estaban presentes en los manifiestos de embarque.

Virus desconocidos para los indios, tan desconocidos para ellos como lo era para nosotros el COVID en sus inicios, y posiblemente aún ahora, los virus de la viruela y el sarampión principalmente, se difundieron entre la población indígena creando una pandemia que, por duración en años y número de muertos, aún no ha sido superada por ninguna otra, ni siquiera por la peste negra, esta bacteriana, que asoló Europa y Asia, y que durante seis años mató al 50-60 % de la población a la que afectó.

Las pandemias, unas más mortíferas en el tiempo, otras más mortíferas en corto plazo, suelen ser el enfrentamiento del sistema inmune del ser humano con una afección para la que no está preparado, y eso ha sucedido, sucede y sucederá a lo largo de la historia. No olvidemos que, ya literariamente hablando, los marcianos de la “Guerra de los Mundos”, que arrasan ejércitos y resistencias gracias su superioridad tecnológica, fracasan en su invasión porque su sistema inmune no es capaz de enfrentarse con eficacia a las afecciones terrestres, y mueren en sus naves mientras contemplaban su victoria militar. Las grandes potencias, sus estamentos militares, ni lo ignoran, ni lo olvidan.

Se ha establecido un falso debate, un debate interesado, un debate politizado, entre los que niegan el virus y los que consideran cualquier medida oficial a tomar contra el COVID como si fuera un mandato divino, entre negacionistas y oficialistas, pero tanto en un bando como en el otro trabajan con más mentiras que certezas, con más fe que razón, y así es difícil llegara a verdad alguna, ni siquiera parcial. Los negacionistas niegan, mire usted que cosa absurda, desde la existencia del virus, hasta la utilidad de la vacuna. Los oficialistas exigen, lo que es un disparate, desde el uso de la mascarilla en espacios abiertos, hasta el cierre de cualquier actividad, preferiblemente de ocio y nocturna, lo que huele a recorte de libertades, de tipo puritano, más que a ningún tipo de eficacia en la lucha contra la afección.

Desde los estamentos oficiales, sin ningún rigor, sin ninguna previsión de futuro, sin ningún conocimiento básico de los mecanismos del virus, se enfocó la lucha como una batalla de exterminio, como un duelo en OK corral, solo podía quedar uno, o el ser humano, o el virus, y en esa estrategia de terror, de enclaustramiento, en esa psicosis de batalla definitiva, se enmarcaron las vacunas. Y ahora, dos años después de la irrupción mortífera del virus, los oficialistas, aferrados a una estrategia que nunca debió de ser, aferrados a una mentira oficial que en ciertos momentos pudo tener alguna justificación, siguen planteando esta batalla sin vencedor posible , con una estrategia basada en la desaparición, en la imposible desaparición, del virus.

Ahora, cuando el negacionismo es absurdo, es inconsistente, es ridículo, el oficialismo se arroga el derecho a la verdad absoluta, a una verdad que, tal como está planteada, y llevada a su extremo, no puede desembocar más que en un desastre social y económico de dimensiones incalculables, y por si fuera poco el disparate, resulta que, con cierto fundamento estadístico, el negacionismo es de extrema derecha, y el oficialismo es progubernamental. Lo que en España lleva a la cómoda rutina silogista, al simplismo intelectual político-interesado de:

- Si cuestionas algo sobre el virus eres negacionista

- Si eres negacionista eres de extrema derecha

- Luego si cuestionas algo sobre el virus eres de extrema derecha.

Y así planteado supone tal empobrecimiento de la capacidad intelectual, ya mermada en general por ideologías y un sistema educativo deficiente, deficiente por interés, que cualquier debate sobre una cuestión de capital importancia se hace desde posiciones frentistas, irreductibles, nada constructivas, nada edificantes. Unos desde un negacionismo cerril, incapaz de asumir una realidad palmaria, el virus, el beneficio evidente de las vacunas, otros desde un terror ideologizado, incapaces de asumir las mentiras oficiales: el virus difícilmente se propaga en espacios abiertos, ni siquiera en el contacto físico casual de un saludo o un abrazo, salvo patología previa que lo haga de riesgo, el virus no se propaga por contacto, salvo que ese contacto sea reiterado y afecte a las zonas sensibles, el virus no ataca más por la noche, ni es especialmente furibundo con los que bailen o tomen copas, aunque no tomar ciertas precauciones pueda significar un riesgo de contagio.

El cierre del ocio nocturno, el toque de queda, no parecen otra cosa que medidas estéticas y puritanas. Si cierro los locales, fomento los descontroles de los botellones. Si impongo el toque de queda, fomento el descontrol de las fiestas privadas, favorezco a aquellos cuya forma de vida, cuya calidad de vida, les permite disponer de espacio no comunitario para sus actividades. En definitiva, son medidas coercitivas de dudosa eficacia respecto al virus, pero que no son dudosas respecto al cercenamiento de la libertad. Medidas estéticas que enmascaran la falta de acción política: inversión en personal y medios sanitarios, inversión en infraestructuras necesarias.

El virus no se va a erradicar, es ya parte de nosotros, al menos de la mayoría, y acabará siendo de todos, y ahora nos toca aprender a vivir con él, aprender, como lo hacemos con el virus de la gripe, con el del SIDA, con otros tantos, a tomar las precauciones evidentes de no querer estar enfermos, de no querer pasar un episodio incómodo que, si se complica, y siempre puede complicarse, como con la gripe, como con el SIDA, como con tantos otros, puede ser letal. Y las vacunas han sido fundamentales para lograr parar la capacidad mortífera del COVID, si tienen otros efectos perjudiciales, otras consecuencias indeseadas, solo el tiempo lo dirá, pero nos han permitido ganar, de principio, esas batallas, la del tiempo, la de la vida.

Pero eso no significa que tengamos que basar toda nuestra vida en el número de vacunas recibidas, como si de cicatrices de victorias se tratara. Hay ya quién habla de cuarta dosis mientras hay estudios rigurosos que cuestionan la eficacia de la tercera dosis, y hay opiniones autorizadas que intentan poner un poco de luz en tanta posición visceral, irracional, emitida desde posicionamientos que nada tienen que ver con la medicina, con la salud. Y mi actitud es escuchar a todos, es defender la salud y la libertad, es cuestionar desde una mentalidad no mediatizada por el terror, por la ideología, por la economía o por un cientifismo que invalida cualquier otro matiz, toda la información que me llega, y vivir. Seguir viviendo, seguir amando, seguir disfrutan do de lo que y de los que me rodean, sin ponerme en peligro, sin suponer un riesgo para los demás, pero sin caer en aspavientos, en mediocridades y en zarandajas de los que no se atreven, o no son capaces, de reconocer sus errores, que no por compartidos los hacen menos erróneos, de los que consideran que la vida de los demás es un riesgo para la suya propia.

Ahora solo queda, ya hay atisbos, variar el clima de terror que durante dos años se ha sembrado, se ha imbuido, se ha grabado a fuego en muchas gentes, que aún hay personas y estamentos empeñados en mantener, por otro de responsabilidad y precaución que es el que corresponde al momento actual y al devenir previsible, hasta la próxima pandemia, porque habrá otras, no les quepa la menor duda, y tal vez no tan lejanas.

Así que, sabiendo de antemano que mi opinión será considerada negacionista por los más oficialistas, y colaboracionista por los más negacionistas, he decidido declararme cuestionista. ¿Qué eso no existe? Por eso, precisamente por eso, ya va siendo hora de que exista.

sábado, 1 de enero de 2022

Jo, jo, jo (cof,cof,cof)- Un cuento navi-covi-deño

En estos días lo habitual sería disfrutar de unas fechas festivas y familiares, criticar, o ensalzar, la iluminación navideña y preparar los regalos para que SSMM los Reyes Magos, o Papá Noel, según conveniencia familiar, los dejen en el salón de las casas donde niños y mayores esperan con ilusión, con nervios, y con expectación, la mañana señalada para abrir los paquetes y empezar a disfrutar de la magia de los mágicos presentes.

Lo habitual sería olvidar las penas y las penurias y lanzarse a la calle, a los brazos de la familia, a la reunión con amigos y compañeros para festejar, como si fuera un presente sin pasado, un presente sin mañana, con un punto de histrionismo, de histerismo, de ansia de felicidad, unas navidades llenas de tradición, llenas de necesidad de descargar las preocupaciones cotidianas, llenas de ansias de momentos dulces y felices, empezando por el día nacional de la salud, que casualmente coincide con el día del sorteo de Navidad. Eso sería lo habitual, pero este año veo, en realidad entreveo, porque es difícil observar una sonrisa, ver perfilarse un beso, insinuar con un gesto, ojos cansados, ojos con rabia, ojos con miedo. Y en esta panorama, en este mundo entrevisto que se oculta, porque eso permite pensar que existe una certeza que nadie tiene, nadie, me resulta difícil pensar un mensaje de esperanza, intentar imaginar un año en el que la siembra de terror con la que nos han amargado durante dos años, con la que nos siguen  amargando sin fin justificable, no siga dando sus frutos a conveniencia de industrias, de gobernantes, de fanatismos de todo signo.

Nadie nos cuenta, y a los pocos que lo cuentan o no se les escucha, o se les insulta para callarlos, que las vacunas, necesarias pero cuestionables en su explicación y desarrollo, eficaces pero no definitivas, no podían ser una solución de erradicación, y son solo un intento, parece que eficaz, necesario por cronificar, por asumir, por integrar, un mal que irrumpió con una mortalidad que hacía décadas que no sufríamos, y que sembró el terror, posiblemente interesado pero incuestionable, en la sociedad. Nadie parece tener interés en escuchar que ahora ya es el tiempo de los tratamientos que empiezan a surgir, el tiempo en el que el COVID como agente mortífero no supera a la gripe, a las enfermedades cardiovasculares, o al cáncer, el tiempo en el que intentar no contagiarse ya no tiene que ser una obsesión, debe de ser una precaución. Un tiempo en el que su estacionalidad será continua, en el que los protocolos de aislamiento no pueden paralizar a un país, no pueden desmembrar a  una familia, no pueden separar a los amigos, a las parejas. Un tiempo en el que corresponde a la inversión en medicina y no a las medidas coercitivas, cercenantes, tomar el relevo del combate. Más sanidad y menos restricciones, de la mano.

Han vuelto los abrazos, pero cuesta apretarlos, cuesta prolongarlos, cuesta disfrutarlos. Han vuelto algunos besos que se quedan enredados en telas que separan los labios de la piel ajena, en telas ávidas de sentirse piel deseada, de creerse labios entreabiertos. Han vuelto los apretones de manos, pero algunos revolotean y en el camino se convierten en puños que chocan, o en gestos incompletos.

Me han contado, no lo puedo dar por cierto, parece ser que sucedió en algún país del norte, tal vez lo he imaginado, que en cierto hogar en el que se esperaba a Papá Noel con todo preparado para recibir los regalos, oyeron en el tejado el tintineo característico de los renos, y que, incluso, a través de la chimenea se filtró el destello rojo de la nariz de Rodolfo. Todos corrieron a esconderse, a sus camas, todos simularon el sueño, y en esa empezaron a oír que por la chimenea se deslizaba alguien. Todos los oídos esperaban, atentos, el característico “JO,JO,JO” de Santa Claus, pero en medio del silencio expectante resonó como un aldabonazo siniestro en un castillo caucásico y desierto un “cof, cof, cof” de una tos ahogada. El “pater familias”, espantado, se incorporó de un salto en su lecho y corrió a la chimenea, llegó justo para ver como un rostro orondo y barbudo, sobradamente conocido y esperado, asomaba  junto a un cuerpo rotundo, un saco, y… ¡dios mío!, sin mascarilla. El padre, escandalizado, le exigió con un gesto,  todo fue gestual en el encuentro, que se pusiera el adminículo, Papá Noel intentó explicarle que los entes mágicos no sufren enfermedades y por tanto no llevaba medidas preventivas, ni tenía el pasaporte COVID porque no se había vacunado, no lo necesitaba. Todo fue inútil. Tras los aspavientos, las exigencias, los intentos de explicación y las conminaciones, Papá Noel y sus regalos emprendieron, resignados, el camino de vuelta chimenea arriba hasta su trineo, no sin antes, por el camino, volver a oírse el mismo “cof,cof,cof” que se había escuchado anteriormente.

El padre, triste pero orgulloso, se volvió a la cama y le explicó a su esposa, que por primera y única vez en su matrimonio le dio la razón, lo sucedido, y la tristeza que sentía porque sus hijos ese año no tuvieran regalo. La noche transcurrió con la lentitud propia de las noches de tristezas, de agobios, de renuncias, y al llegar la mañana, al oír a sus hijos prepararse para acceder al salón y ver sus regalos, el padre se sintió en la obligación de explicarles que posiblemente, debido a la pandemia y a las restricciones, Papá Noel no hubiera llegado.

Abrieron el salón y… allí estaban los regalos de los niños, incluso más de los que habían pedido, pero ni uno solo para los padres. Para los padres solo había un sobre, manuscrito de Papá Noél. El texto era escueto:

“Para el próximo año os deseo una limpieza completa de la chimenea, porque ni los más mágicos podemos pasar entre tanta porquería sin que se nos congestionen las vías respiratorias”

Al texto acompañaba una tarjeta de una empresa de nombre “Supercalifragilisticoespialidoso” especialistas en limpieza y deshollinado de chimeneas.

Y hasta aquí lo que me han contado, hasta aquí lo que yo puedo contaros pensando en la próxima llegada de los Reyes Magos, no les vayamos a hacer el feo de olvidar que son magos pero humanos, que pueden toser, estornudar, aunque no estén enfermos, y no nos vaya a arruinar las navidades un golpe de tos inoportuno. No echemos esta historia en saco roto, apréciese el doble sentido, y dejemos que la vida, que la magia, que la razón, presidan nuestras fiestas.

Felices fiestas A TODOS, TODOS, Y TODOS.